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Historias de la economía

Historias de la economía

elEconomista

La economía es casi tan antigua como el ser humano. Entre el nacimiento del trueque y la explosión del comercio online han pasado miles de años. Y por el camino se han producido infinidad de historias que queremos contar en elEconomista porque nos ayudan a comprender cómo hemos llegado hasta aquí.
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El italiano Leonardo del Vecchio ha sido el ejemplo perfecto de lo que es una persona hecha a sí misma. Nació en Milán, en 1935, y lejos de heredar una fortuna, fue criado en un orfanato. Fue un visionario que, tras trabajar en varias fábricas, se dio cuenta de que las gafas no eran solo una herramienta para ver mejor, sino que también tenían un componente de moda y diseño. Con esa idea en la cabeza lanzó Luxottica, que acabó siendo el mayor fabricante de gafas del mundo, lo que le convirtió en una de las personas más ricas. Del Vecchio ha fallecido este mes a los 87 años.
De familia muy humilde, Leonardo del Vecchio ni siquiera llega a conocer a su padre, un vendedor de verduras en las calles de Milán que fallece cinco meses antes de su nacimiento. Su madre, que tiene tres hijos más, lo deja en un orfanato cuando Leonardo tiene 7 años. Una reciente biografía autorizada cuenta que su paso por el orfanato le formó un carácter de acero, y fue donde aprendió el gusto por esa precisión que luego como empresario le dio tantos éxitos. En plena adolescencia, con tan solo 14 años, Leonardo se pone a trabajar en una fábrica. Una decisión que, sin saberlo, acabaría marcando su futuro.
La planta en la que trabaja como aprendiz, dedicada al diseño de piezas metálicas de todo tipo, incluyendo monturas para gafas, le abrió, nunca mejor dicho, los ojos sobre lo que quería hacer con su futuro. Por ello, decide compaginar su empleo con un curso por las tardes de diseño industrial, en el que aprende a tallar y grabar metal.
Con 22 años y con los estudios completados, se traslada a Trentino, donde se incorpora como obrero, ya no aprendiz, en una empresa de grabados. Ahí es donde descubre su pasión por el mundo de las gafas, y donde tiene su gran visión: no son solo una herramienta para ver mejor, o para protegerse de sol, sino que son un producto de moda, con estilo, en el que el diseño juega un papel fundamental.
Más tarde, decide trasladarse a Agorno, el epicentro de la industria de las gafas en Italia, que además ofrecía facilidades para las personas que quisieran fundar allí su empresa. Y allí nace Luxottica, una compañía que inicialmente se enfoca en fabricar piezas metálicas para gafas y herramientas vinculadas con este arte.
El negocio es un éxito, pero Del Vecchio no se conforma. Tres años después, deja de fabricar piezas y comienza a desarrollar monturas completas. Cuenta ya con 14 empleados. Y En 1967, mientras continúa produciendo productos semi-acabados para terceros, comienza a desarrollar la idea que le acaba catapultando al éxito: fabricar gafas completas para terceros.
Leonardo acude a una feria del sector en Milán, y sus productos triunfan entre los asistentes por su originalidad, su diseño y su excelente manofactura. Tiene tanto éxito entre el público, y recibe tantos pedidos, que decide que tiene que empezar a vender sus propias gafas, bajo su marca.
Pese al éxito, Del Vecchio sigue sin estar convencido. Cree que le falta mayor contacto con el cliente final, lo que le impide conocer mejor el sector y las necesidades del público. En 1974, soluciona este déficit con la compra de Scarrone, una distribuidora que estaba más que asentada en el mercado italiano, y que le permitía controlar la venta de sus propios productos. Ahora sí, el sueño estaba cumplido: controlaba todo el proceso, desde el diseño de las gafas, su producción y su distribución.
Entramos en la década de los 80, en la que Luxottica da el salto definitivo. Comienza su expansión internacional, con una filial en Alemania, un país que también contaba con una amplia tradición en el campo de las gafas. Y es entonces también cuando entra en Estados Unidos, repitiendo la fórmula que ya había hecho y que repetiría después muchas veces: comprar una marca ya asentada. La elegida es Avantgarde, una compañía de gafas norteamericana, para lo que pide un importante préstamo. Abre cuatro nuevas fábricas, y contrata a más de 4.000 personas. En solo un año ya había devuelto el dinero.
Del Vecchio mantenía a la empresa en constante crecimiento. Y, además, no dejaba de invertir en innovación, desarrollo y diseño. El objetivo seguía siendo fabricar las mejores gafas posibles. Perseguía la excelencia.
Mientras tanto el proceso de expansión continuaba. Seguía adquiriendo empresas en Estados Unidos, al tiempo que abría sus propias filiales en Reino Unido, Francia y Canadá.
Y cuando la década tocaba a su fin, otro movimiento revolucionario para la industria llevado a cabo por Leonardo del Vecchio. Ya tiene claro que las gafas son un accesorio de moda, una expresión de estilo. Y decide firmar un acuerdo con el diseñador Giorgio Armani, uno de los símbolos de Italia, para producir su línea de gafas.
Esta colaboración, que se extendió durante 15 años inicialmente -la retomaron de nuevo en 2013-, fue el comienzo de una cartera de licencias con las principales marcas de moda de todo el mundo. Las gafas de cualquier firma d...
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Historias de la economía - Así eran las prisiones para morosos en la Edad Media
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06/20/22 • 11 min

Aunque pueda parecer lo contrario, la morosidad no es un fenómeno reciente. Es más antigua incluso que el propio dinero, ya que hasta en la época del trueque y el intercambio de bienes, cuyo pago en ocasiones se aplazaba, ya se producían situaciones de impagos de deudas.
Lo que ha evolucionado en este tiempo es la forma de tratar a dichos morosos. En aquellos tiempos pretéritos, las normas más primitivas, o incluso la inexistencia de las mismas, provocaban que estos conflictos acabasen resolviéndose por medio de la violencia, llegando en muchas ocasiones a provocar la muerte del moroso si no podía afrontar sus deudas.
Con el paso del tiempo, las condenas por delitos de morosidad fueron evolucionando y humanizándose. En la Antigua Roma, podías acabar esclavizado para saldar una deuda pendiente. Más adelante, a los morosos se les humillaba en público para señalarlos y avergonzarles.
El punto álgido de la persecución a los morosos quizá se alcanzase entre la Edad Media y la segunda mitad del siglo XIX, cuando se extendieron por Europa las llamadas prisiones para deudores. En ellas eran encerrados los morosos condenado y, en ocasiones, se fijaba un tiempo de estancia, aunque lo más normal era que los reos solo lograsen la libertad tras cancelar su deuda.
El objetivo de estas condenas no era tanto hacer cumplir al sancionado con la obligación de pagar, sino presionarle para que acabase revelando bienes que tuviera ocultos o escondidos.
En Europa fueron conocidas las prisiones para deudores de Alemania, que usaban este castigo como método para obligar a que pagasen y, en otras ocasiones, para que no pudiesen huir, y asegurar así su asistencia al juicio contra ellos. Llegar a este punto era muy deshonroso para el deudor.
También en Países Bajos cobraron gran importancia estas edificaciones. Allí podían acabar los morosos que se negaban a comparecer en juicio, o los que no pagaban sus multas o deudas. Además, el paso por estas prisiones de deudores no cancelaba la cantidad debida ni sus correspondientes intereses.
Malta o Grecia son otros países que también contaban con este tipo de cárceles. Pero las más famosas e importantes de Europa fueron las británicas. Entre los siglos XVIII y XIX, más de 10.000 personas eran detenidas cada año por culpa de la morosidad.
Y como en tantos y tantos aspectos de la vida, dentro y fuera de la cárcel, los humildes lo tenían más complicado que los miembros de familias más pudientes. A los pobres, aunque estuvieran condenados por deudas míseras, les era imposible saldarlas y muchos acababan muriendo en prisión. Además, al ser una carga para los guardianes, que no tenían forma de aprovecharse de ellos, eran tratados con brutalidad.
La única opción para ellos era la caridad. Para ello, se habilitaba en estas prisiones de deudores una habitación, con una reja que daba a la calle, a través de la cual podían pedir limosna a los transeúntes.
Las condiciones eran algo mejores para los encarcelados bien posicionados a nivel económico, ya que muchos sobornaban a los guardias que, debido a sus bajos salarios, estaban abiertos a este tipo de acuerdos. Además, a estos acaudalados se les permitía recibir visitas e incluso hacer negocios, lo que aumentaba las opciones para saldar la deuda y conseguir la ansiada libertad. Las mujeres lograban mantener activos burdeles si sobornaban a los guardias. En algunas prisiones, como la famosa Fleet Prison de Londres, hasta les permitían vivir fuera de la cárcel, en las calles cercanas.
Sin embargo, hasta para los más afortunados, la vida en estas prisiones estaba lejos de ser ideal. Lo contaba en una carta enviada a un amigo Samuel Byron, hijo del famoso escritor, allá por 1826. "¡Qué barbaridad puede ser mayor que los carceleros (sin que medie provocación) carguen de grilletes a los prisioneros, los encierren en mazmorras, los esposen, les nieguen las visitas de sus amigos y les fuercen a pagar cantidades excesivas por su alojamiento, vituallas y bebidas; que abran sus cartas y se apropien de las limosnas que les envían! (...) la prisión por deudas inflige una mayor pérdida al país, en forma de desperdicio de potencia y energía, que los monasterios y conventos en el extranjero y entre los pueblos católicos (...) Holanda, el país más incivil del mundo, trata a los deudores con benevolencia y a los malhechores con rigor; Inglaterra, en cambio, se muestra indulgente con los asesinos y ladrones, pero a los pobres deudores se les exigen imposibles".​
Algunas de las cárceles más famosas de Reino Unido, además de la citada Fleet Prison, fueron, por un lado, la cárcel de Marshalsea, en la que estuvo detenido el padre de Charles Dickens, por una deuda con una panadero, y que el escritor retrató con toda su crueldad en algunas de sus novelas; o, por otro, la King's Bench Prison. No obstante, la más conocida, sin duda, fue The Clink, quizá la prisión más antigua de Reino Unido. Perteneciente al obispo de Wincheste...
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Historias de la economía - Los Oscar, una maquinaria millonaria

Los Oscar, una maquinaria millonaria

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05/23/22 • 13 min

Cuando las luces del cine se apagan, empieza la magia... y miles historias que se quedan para siempre en nuestra memoria. El cine, el llamado séptimo arte, es sin duda una de las industrias más reconocidas del mundo. Se trata de un sector cuyo máximo reconocimiento ha traído a la cultura popular una de las frases más icónicas de la farándula internacional: "And the Óscar goes to...".
Hoy en día, la gala de los Óscar es uno de los eventos más esperados cada año en todo el planeta, una cita que acapara la atención mediática a los dos lados del charco. Aunque, como decían en Prometheus, "las cosas grandes tienen principios pequeños". Y la gala de los Óscar no es una excepción.
Muchos se estarán preguntando: ¿Qué hacemos hablando de los Óscar dos meses después de que se celebrase la última edición de estos galardones? Pues bien, muy pocos saben que este mes se cumplen 93 años de la primera gala de los Óscar de la historia. Un 16 de mayo de 1929, la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas decidió premiar a las mejores películas de 1927 y 1928. Todo ello, en un evento muy diferente al que hoy conocemos.
Así fue la primera gala de los Óscar
Los primeros Oscars, repartidos entonces en solo 12 categorías, se entregaron en una cena privada celebrada en el Hollywood Roosevelt Hotel de Los Ángeles a la que simplemente asistieron 270 personas. La ceremonia, como tal, duró tan solo 15 minutos y, por primera y última vez, no fue cubierta por ninguna radio, ni televisión, por lo que, salvo algunas fotografías, apenas hay documentación audiovisual de aquel histórico acontecimiento. La cinta que se llevó el primer Óscar a la Mejor Película fue Alas, una obra de cine mudo dirigida por William A. Wellman contaba una historia de amor que se vio truncada por la Primera Guerra Mundial.
Pero el gran salto de los Óscar llegó en 1953, año en el que fueron retransmitidos por primera vez por televisión a través de la emblemática NBC. Aquella vez, la ceremonia tuvo lugar de forma simultánea en dos sedes diferentes ubicadas en Los Ángeles y Nueva York y fue el punto de inflexión en lo que a la atención mediática que estos galardones reciben por parte de la prensa y del público. Ese día, la actriz canadiense Mary Pickford hacía entrega del Óscar a la Mejor Película al director de 'El mayor espectáculo del mundo', cinta de trama circense que, pese a su reconocimiento, ha sido considerada una de las peores películas entre las que, a lo largo de la historia, se han llevado la más ansiada de las estatuillas.
La NBC, como decíamos, fue la encargada de dar los premios hasta el año 1960, cuando pasó a manos de la ABC. Y aunque durante 1970 y 1976 la ceremonia volvió a su emisora original, la NBC, finalmente, a partir de 1977 el evento regresó a la ABC, cadena que hasta nuestros días ha retransmitido año a año una gala que mueve en los últimos tiempos una maquinaria millonaria. ¿Cuánto dinero supone organizar una gala de los Óscar?
Una gala de los Óscar cuesta en torno a 42.8 millones
Pues aunque cada año el coste total de los premios varía, la revista Forbes recoge que, por ejemplo, la gala celebrada en 2017 supuso un gasto de 42.8 millones de dólares. Ese año, se requirieron 250 personas trabajando en la oficina de producción, 270 técnicos durante la transmisión y, al menos, 100 vehículos que ayudaran a los equipos de producción, prensa y restauración.
En los Óscar se cuida hasta el último de los detalles y la mayor prueba de ello es que su emblemática alfombra roja, la cual recibe el nombre de The Academy y mide 275 metros, se renueva cada año y supone un desembolso de 30.000 dólares. Hay algunos estudios que apuntan a que la cuantía total puede ascender hasta los 100 millones si se tienen en cuenta todos los eventos previos a los Oscars que se celebran durante la pretemporada. Dinero, dinero y más dinero.
Y así, "como por arte de magia", como decía Michael Douglas en la aclamada Wall Street, el dinero invertido es rápidamente recuperado, con importantes beneficios, gracias a los ingresos publicitarios que genera la emisión de la gala por televisión. Se calcula que el coste medio para la transmisión de un anuncio de 30 segundos es de 2,1 millones de dólares, una cifra que, como curiosidad, dista mucho de los 4 millones que cuesta ese mismo spot durante la Super Bowl. Así, gracias a la publicidad, la cadena ABC logra ingresos que llegan a superar los 120 millones de dólares.
¿Cobran dinero los ganadores de los Óscar?
Pues no, no todo el mundo sale beneficiado en la celebración de la gala de los Óscar, al menos no de forma directa. Y es que muchos no saben que los ganadores de los Óscar, los actores y actrices incluso, las grandes estrellas de la noche, no reciben una compensación monetaria en el caso de ser galardonados.
No hay premio económico para los afortunados. Sin embargo, un estudio elaborado por IBISWorld desvela que el premio Óscar puede hacer que el caché de sus ganadores crezca...
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Historias de la economía - El origen del imperio cerámico de Porcelanosa
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04/11/22 • 7 min

El presidente ucraniano, Zelenski, señaló durante su intervención ante el Congreso español a varias empresas, entre ellas a Porcelanosa, por seguir haciendo tratos con Rusia. Acusaciones que pusieron en el disparadero a la marca azulejera durante unas horas, pero de las que supo reponerse rápidamente, tras una reunión con el embajador ucraniano, en la que explicó la verdadera situación de la compañía en Rusia.
Aunque corto, ha sido uno de los momentos más tensos de la historia de Porcelanosa, imperio del azulejo que cumplirá 50 años en 2023, convertida en una referencia mundial. En la actualidad, tiene presencia en 100 países, y da trabajo a más de 5.000 personas directamente.
¿Pero cuáles son los orígenes de Porcelanosa? ¿Cómo llego desde Vila-Real a conquistar el mundo? La compañía nació en 1973, aunque el origen está unos años antes, en 1956. La principal actividad económica de la región en aquel momento, casi la única, era la agricultura, sobre todo la relacionada con los cítricos. Pero aquel 1956 una terrible helada arrasó los campos de Castellón, amenazando toda la producción. Si sumamos las dificultades de la postguerra que aún se dejaban notar, la situación económica era complicadísima.
Uno de los perjudicados fue un joven agricultor, José Soriano. Pero lejos de amilanarse por las dificultades, decide poner el foco en otra nueva industria, menos dependiente de los accidentes climáticos. Así, se une con otros agricultores de la región y fundan Azulejos de Vila-real, Azuvi. Pero descubren que los viejos hornos de leña disponibles para cocer cerámica, que ya habían sido introducidos por los árabes, están completamente obsoletos.
Y como otros emprendedores de éxito, Soriano se fijó en los mejores, que en este caso eran los italianos. Y allá que se fue para descubrir cómo trabajaban. De aquel viaje se trae un par de técnicos, que le ayuden a desarrollar la industria, y los modernos hornos-túneles para la cocción de cerámica.
Poco después, Soriano lanza otra compañía azulejera, Zirconio, especializada en revestimientos y pavimentos decorados para suelos. Y se alía con una empresa de Brihuega para comprender cómo trabajar con pasta blanca, que ofrecía más opciones decorativas que la habitual arcilla roja que se utilizaba hasta entonces.
Con toda esa experiencia a cuestas, y convertido en uno de los mayores expertos en azulejos de Castellón, lanza en 1973 Porcelanosa, su gran proyecto. Para ello se une con los mellizos Héctor y Manuel Colonques, socios con los que lanza esta compañía, especializada en revestimientos y pavimentos cerámicos, pero de pasta blanca. La similitud de este material con la porcelana es lo que dio orígen al nombre de la compañía.
En aquellos primeros años, las dificultades pasaron sobre todo por la búsqueda de una red de distribución adecuada, junto con la promoción del producto. Dos tareas que no eran prioritarias entonces para la industria. Como decíamos, el producto de Porcelanosa ofrece más opciones decorativas. No tiene sentido, por tanto, seguir promocionando el producto como hasta entonces, mostrando azulejos sueltos, que no lucen al 100% el acabado de la marca.
Es ahí donde deciden desarrollar las primeras tiendas con paneles, que permiten ver con más precisión el resultado final. Los establecimientos no son solo el lugar donde se produce la venta, sino un espacio para exponer productos y crear marca. Esta fórmula es la antecesora de las exposiciones, desarroladas posteriormente, y que son uno de los emblemas de la compañía.
La otra decisión que fue clave para el éxito de Porcelanosa fue la apuesta por caras conocidas para promocionar sus productos. La primera elegida fue la actriz Gina Lollobrigida, que además les ayudaba a vincularse a Italia, que era la referencia en el sector, por la calidad y el prestigio de su cerámica.
Tras los positivos resultados de esa experiencia, eligen a una nueva cara para difundir la imagen de la marca, y el resultado no pudo haber sido mejor. La seleccionada es Isabel Preysler, que a mediados de los 80 era una de las personas más conocidas de España.
Tan acertada fue la elección que la relación se prolongó durante 30 años. La repercusión de las campañas con ella fue enorme. Hubo anuncios de televisión que llegaron a tener audiencias de más de 12 millones de espectadores. Su figura fue clave para consolidar la imagen de Porcelanosa como una empresa elegante, glamourosa y de buen gusto.
Con estos éxitos a cuestas, la marca decidió seguir la misma línea. A lo largo de los años se ha vinculado con otros famosos de relumbrón como Sofía Loren, Pierce Brosnan, Valeria Mazza o George Clooney, entre otros. A lo que se suma, de forma indirecta, el príncipe Carlos de Inglaterra, encargado de hacer el brindis en la cena por el 25 aniversario de la compañía. Porcelanosa acabó convirtiéndose en proveedor de la Casa del Príncipe de Gales, y es la única compañía española con la garantía real británica. Curisamente, no...
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Historias de la economía - David Bowie y los bonos con los que se financió en Wall Street
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03/28/22 • 5 min

La industria de la música está viviendo una auténtica revolución en los últimos meses. Son muchos los artistas, los grandes artistas, que están vendiendo los derechos de sus canciones a empresas. Hablamos de super estrellas como Bob Dylan, Taylor Swift, David Guetta, Sting, Bruce Springsteen, Shakira... que han cedido los derechos de toda su discografía a grandes sellos, como Warner o Sony, pero también a fondos, como Shamrock.
¿Por qué lo han hecho? Es una tendencia que nace con el auge de las plataformas de streaming, como Spotify, que revolucionó la industria musical, y convirtió a los conciertos en la principal fuente de ingresos para los músicos.
También se suma que los artistas deben pagar grandes cantidades de dinero en impuestos por las ganancias generadas por la venta de derechos de sus piezas. Tanto la venta de álbumes, ya sea en los renacidos discos o en CD, como por las reproducciones online.
A eso hay que sumarle los efectos de la pandemia provocada por el coronavirus, que ha obligado a suspender o limitar el aforo de los conciertos, que ha acelerado la tendencia.
Con todos estos ingredientes sobre la mesa, son muchos los artistas que han visto rentable la opción de vender los derechos de su música, y una forma de asegurarse grandes ingresos.
Esta es la última tendencia de un sector, el de la música, que lleva desde sus orígenes buscando la mejor fórmula para maximizar sus ingresos. Y uno de los pioneros fue David Bowie.
El genio de la música, precursor en muchos aspectos de la industria, fue también el primero en adentrarse en el mundo de las finanzas, aparejando su nombre a un tipo de bono muy concreto: los celebrity bonds.
¿Qué es esto? Pues básicamente se trata de un tipo de ABS, un bono titulizado, respaldado por derechos de propiedad intelectual, y emitido por el titular de los mismos. En definitiva, es la transformación de derechos de propiedad intelectual en forma de bono. El autor promete a los inversores participar en los futuros beneficios derivados de los royalties que vaya a cobrar, que son los que garantizan el flujo de dinero necesario para devolver el principal más los intereses prometidos.
Suele señalarse esta emisión de David Bowie como la primera de esta clase. Se llamaron Bonos Bowie, y fueron lanzados en 1997. Incluía los derechos derivados de los 25 álbumes que había grabado antes de 1990. Con el apoyo del inversor David Pullman, experto en el mundo de la música, captó 55 millones de dólares en bonos a 10 años, con un interés anual del 7,9%. El acuerdo incluía también la garantía de la discográfica EMI, por la que acababa de firmar Bowie.
El músico inglés utilizó los ingresos generados para recomprar a su vez canciones a su antiguo manager. La prensa pronto se dividió: para unos era un innovador, y para otros un vendido a Wall Street.
No tuvieron una vida fácil los Bonos Bowie. Las estimaciones de venta fueron demasiado optimistas, incapaces de prever el terremoto que supuso para la industria la llegada de internet. Moody's, que había otorgado una calificación de A3 a la emisión, es decir, de buena calidad, la rebajó en 2004 hasta un escalón por encima de los bonos basura.
Sea como fuere, la emisión generó un gran revuelo, y parecía que era una fórmula que iba a tener recorrido. pero el mundo avanzó demasiado rápido, internet cambió los hábitos de consumo de la música, y la venta de discos se hundió. Pese a todo, fueron varios los artistas que llevaron a cabo operaciones similares en los siguientes años, como Iron Maiden o Rod Stewart. Y otros, como los Beattles o Michael Jackson, también estudiaron la opción, aunque no llegaron a consolidarlo. Todos grandes nombres y con amplios catálogos, imprescindibles para atraer a los inversores.
El acuerdo definitivo no se hizo público, así que no se conocen todas las cláusulas del contrato, por lo que aún hoy se duda sobre la rentabilidad de la inversión. Pero la semilla estaba plantada.
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Historias de la economía - Los billetes como armas de guerra: el caso del dólar hawaiano
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03/14/22 • 6 min

Los medios de comunicación hemos recurrido con mucha frecuencia al lenguaje bélico para explicar las políticas monetarias, las decisiones de los bancos centrales o su evolución. Hemos hablado de guerra de divisas para contar devaluaciones de moneda; hemos hablado de potencia de fuego para visualizar la capacidad de los bancos centrales para mantener a flote el valor de una divisa gracias a sus reservas...
Pero no todo es vocabulario ni son metáforas. Las divisas juegan un papel fundamental en la guerra real. Un buen ejemplo lo estamos viendo con la invasión de Rusia a Ucrania, y las consiguientes sanciones económicas, que han provocado el hundimiento del rublo.
Uno de los capítulos más relevantes, y de los más desconocidos, relacionado con las divisas y los conflictos se produjo durante la segunda Guerra Mundial. En Hawaii circularon dólares especiales a modo de arma preventiva, ante una posible invasión japonesa.
Todo comienza con el ataque a Pearl Harbor, el 7 de diciembre de 1941. Esta agresión provocó una gran conmoción en el pueblo estadounidense, y además propició su entrada en la II Guerra Mundial. Tal era la preocupación que los estadounidenses, no solo los ciudadanos, sino también los mandos militares, que de verdad creyeron posible que Japón pudiera invadir las islas. Hoy puede parecer descabellado, pero hay que tener en cuenta que el país nipón venía de invadir las Islas Aleutianas, en Alaska, o otros estados, como Malasia o Myanmar.
Una de las cosas que más preocupaba en Washington es que, si Japón acababa controlando Hawaii, las fuerzas niponas podrían tener acceso a una gran cantidad de dólares estadounidenses. Un dinero que podrían emplear en mantener los esfuerzos de guerra contra Estados Unidos. Es lo que pasó, por ejemplo, en Manila, que permitió a los japoneses hacerse con 20 millones de dólares tras capturarla.
Ante esta situación, el gobernador militar de las islas, Delos Carleton Emmons, en enero de 1942, tan solo un mes después del ataque, decide confiscar todo el dinero en efectivo en circulación. Permite un límite de 200 dólares por persona, y 500 en el caso de las empresas.
Y esto fue solo el principio. Seis meses después el Gobierno estadounidense dio un paso más. Ese verano de 1942 ordena la retirada de todos los dólares "normales". En su lugar, la Reserva Federal de San Francisco imprimió nuevos billetes de 1, 5, 10 y 20 dólares. Eran exactamente iguales que el resto de dólares, con tan solo una diferencia: en el reverso estaba sobreimpresa la palabra 'HAWAII', en todo el billete; mientras que en el anverso se situaban dos pequeñas a los lados, con un sello marrón del Tesoro.
De ahí precisamente llega el nombre con el que se conocía a estos dólares, los billetes sobreimpresos de Hawaii.
Para el 15 de agosto de ese año, ya no se podían utilizar en las islas billetes que no estuvieran sobreimpresos, salvo algunas excepciones que requerían un permiso especial. A partir de ese momento también se retiraron las restricciones a ciudadanos y empresas sobre la acumulación y uso de dinero en efectivo.
En total, las autoridades retiraron de la circulación unos 200 millones de dólares. Una cantidad tan grande que ni siquiera tenían claro qué hacer con ella. Ante las dificultades para trasladar todo ese dinero al continente, tanto logísticas como de seguridad, el Ejército desarrolló un plan más sencillo: quemarlo. En un primer momento se utilizó un crematorio de la isla, pero era tanta cantidad que el ritmo de quema no era suficiente, así que tuvieron que recurrir también a los hornos de una planta azucarera.
La idea detrás de esta sustitución de moneda era muy simple. En el caso de que Japón llegase a conquistar las islas, un escenario remoto pero no imposible, como decíamos, esos nuevos dólares hawaianos podrían ser devaluados. No valdrían nada. Era una suerte de arma preventiva para evitar que la divisa pudiera ser utilizada por el invasor.
En octubre de 1944, el Tesoro dejó de imprimir estos billetes con el sobresello hawaiano. A pesar de que la guerra aún no había finalizado, con el progreso de las fuerzas aliadas en el Pacífico, el temor a una invasión fue disipándose.
Fue a partir de 1946 cuando estos billetes especiales fueron retirándose del mercado. Pese a todo, mucha gente, tanto ciudadanos, como soldados, decidieron guardarse alguno de recuerdo. Aún existen hoy en día, la mayoría en manos de coleccionistas. Es fácil encontrarlos por internet, hasta en las plataformas más populares. Pese a lo excepcional de su emisión, no tienen mucho valor, más allá del nominal.
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Historias de la economía - La reina del fraude especializada en herencias falsas
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12/13/21 • 9 min

Cassie Chadwick, cuyo primer nombre fue Elisabeth 'Betty' Bigley, fue una de las grandes estafadoras del siglo XIX. Nació en una granja, tenía problemas de dicción, era sorda de un oído, y no tenía ningún rasgo destacable, pero consiguió estafar a banqueros, magnates, e incluso a su propia hermana. Con trucos tan simples que sonrojarían a cualquiera. La respuesta quizá estuviera en sus ojos, en su mirada intensa, incluso hipnótica; y en una época en la que nadie se atrevía a manchar el nombre de alguien tan importante como Andrew Carnegie.
Bigley nació en octubre de 1857, en Ontario, Canadá. Era la quinta hija de ocho hermanos. Introvertida, soñadora y mentirosa desde pequeña, comenzó pronto con sus fechorías. Con tan solo 13 años, falsificó una carta con una presunta herencia de un tío en Inglaterra, y con ella logró abrir una cuenta bancaria. Le permitió empezar a utilizar cheques sin fondos, pero pronto fue arrestada. El tema es que los tribunales determinaron que tenía problemas mentales, y la mandaron de vuelta a casa, con su padre.
Unos años después repitió el fraude, pero haciéndolo un poco más sofisticado. Falsificó una nueva notificación de herencia, y simuló las tarjetas de la élite social de aquel entonces, a modo de presentación. Con estar tarjetas, se dirigía a un comercio, escogía un artículo caro y pagaba con un cheque que excedía el valor del artículo. Con sus credenciales, los comerciantes no dudaban en darle en metálico la diferencia, y colaba siempre. Nadie dudaba de una heredera de una suma tan importante.
Poco después se trasladó a Cleveland, a vivir con una de sus hermanas, recién casada. Y ella y su marido fueron pronto víctimas de Betty. Tras tasar todo lo que había en la casa, desde cuadros hasta sillas, se fue al banco a pedir un crédito, poniendo como garantía el valor de los objetos de la casa de su hermana. En cuanto el marido se dio cuenta, la echó de casa, aunque se trasladó a otro barrio de la misma ciudad.
En 1883 se casó con un médico, pero la unión apenas duró 12 días. Después de que un periódico local se hiciera eco de la boda, una cola de comerciantes se agolpó en la casa del médico, exigiendo el dinero que les había estafado Betty. El marido pagó las deudas de su esposa para no verse afectado, pero no dudó en separarse.
Con estos antecedentes, a Betty no le quedó más remedio que reinventarse. Empezó por cambiarse el nombre, a Marie Rosa. Pero las estafas continuaron. En un viaje por el estado de Pensilvania, fingió ser nieta de un veterano de la guerra civil, y simuló sufrir hemorragias para obtener dinero para su traslado de vuelta a Cleveland. Cuando le exigían el dinero, los estafados recibían una carta lamentando el fallecimiento.
Pero bajo el nombre de Marie Rosa probó nuevas formas de engaño. En una, se hizo pasar por vidente, e incluso llegó a casarse con dos de sus clientes. El primero, un granjero al que abandonó; y el segundo, un rico hombre de negocios con el que tuvo un hijo, al que mandó con su familia a Canadá. Este, su tercer marido ya, murió poco después, dejando una herencia de 50.000 dólares de la época a Marie Rosa.
Pero la primera herencia real que recibió no fue suficiente. Se trasladó a la ciudad de Toledo, en Ohio, y se volvió a cambiar el nombre, ahora a Lydia Devere, regresando al negocio de la videncia. Pronto consiguió convertirse en la asesora financiera de uno de sus clientes, al que lió en sus siguiente estafa, similar a las anteriores, pero introduciendo nuevos elementos.
Lydia preparó un pagaré de un importante hombre de Cleveland, por valor de varios miles de dólares. Falsificó su firma, y pidió a su cliente que lo ingresara en su banco. Si no lo hacía, tendría que cruzar todo el estado de Ohio para conseguir el dinero, le advirtió para convencerle. Su cliente, un hombre distinguido, aceptó. En el banco no hubo problemas. Pero las entidades ataron cabos, y los dos fueron arrestados. Pero al final su cliente fue declarado como víctima y ella como única culpable, condenada a nueve años y medio de prisión.
Pero tras solo tres años y medio a la sombra, consiguió salir de prisión, gracias a una campaña dirigida al gobernador, al que aseguraba que no reincidiría, y al que le proclamaba su arrepentimiento.
pero tras estas andanzas, Betty, o Marie Rosa, o Lydia, volvió a Cleveland con un nuevo nombre: Cassie L. Hoover. En la ciudad puso en marcha un burdel. Allí conoció a un importante médico viudo, con el que se casó: Leroy Chadwick, miembro de una de las familias más antiguas de la ciudad. Se trasladó a su palacio, y pronto comenzó a gastar dinero sin freno con su nuevo nombre: Cassie L. Chadwick, que es con el que se hizo famosa. Celebraba grandes fiestas para agasajar a la élite de la ciudad, y cuando su marido se quejó, empezó a pedir préstamos a cargo de su futura herencia.
En 1902 comenzó su gran fraude: se hizo pasar por la hija ilegítima de Andrew Carnegie, el magnate del acero, y uno de los gra...
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El primer black friday de la historia tiene poco que ver con los actuales. Ni ofertas, ni descuentos... el protagonista fue el mayor escándalo financiero del siglo XIX. Provocó uno de los mayores hundimientos del oro y de Wall Street de la historia.
Pongámonos en situación. Hablamos del año 1869. Estados Unidos seguía en plena reconstrucción tras la Guerra Civil. Suponía un esfuerzo enorme por parte del Gobierno Federal. Los ingredientes perfectos para que buscavidas de toda clase se arrimaran al poder, con objetivos poco loables.
Y ese fue el camino que siguieron los protagonistas de este fraude, Jay Gould y Jim Fisk, dos millonarios especuladores, con grandes intereses en el ferrocarril. Gould era considerado como el mayor genio financiero de su época, y también el empresario más odiado. Creó nuevas formas de manipular el mercado, reunir capital y acabar con sus competidores. Muchos de sus métodos son ahora una práctica estándar, mientras que otros estaban entre las primeras prácticas prohibidas por la SEC al entrar en vigor décadas después.
Fisk, por su parte, tuvo un montón de trabajos antes de llegar al mundo de las finanzas. ¡Incluso en el circo! Sus éxitos como inversor siempre estuvieron ligados a los de Gould, del que ya no se separó hasta su muerte. Que no tardó mucho en llegar, ya que fue asesinado en 1972 por motivos que mezclan los negocios y el amor. Fisk fue conocido por su capacidad para corromper a funcionarios públicos, y también por financiar espectáculos de Brodway y a algunas de sus protagonistas.
La unión de Gould y Fisk nace en su enfrentamiento contra Cornelius Vanderbilt, otro de los grandes millonarios de la época, por el control del tren entre Nueva York y el lago Eire. Una guerra en la que no dudaron en recurrir al fraude cuando fue necesario.
Gould y Fisk eran el arquetipo de los denostados magnates del siglo XIX. Claro ejemplo de los 'robber barons', los barones ladrones, como se conocía a los empresarios estadounidenses que se enriquecieron recurriendo a métodos sin escrúpulos. Y en los que está inspirado el personaje del tío Gilito.
En este caso, Gould y Fisk intentaron hacer fortuna con el mercado del oro, arrinconando el mercado al acumular metal para que el precio subiera.
En plena reconstrucción, el Gobierno Federal, que había emitido moneda y deuda sin respaldar por oro, para financiar su deuda, se decidió a recomprarla con oro. Algo que había estado haciendo desde el final de la guerra. De hecho, había prometido pagar en oro o equivalente los bonos y monedas emitidas.
Dado que la cantidad de oro era relativamente estable, el Gobierno tenía mucho poder para fijar el precio del oro, utilizando sus reservas. Y ese poder era al mismo tiempo su debilidad.
Por eso Gould y Fisk decidieron atraer a su causa a Abel Corbin, un financiero, cuyo principal valor es que era cuñado del recien nombrado presidente, Ulysses S. Grant.
Le utilizaron como 'lobbysta'. Aprovechaban cualquier acto social para que les acercase al presidente, al que le advertían de lo importante que era mantener alto el precio del oro, afirmaciones que contaban con el respaldo de Corbin. Además, lograron colocar como subsecretario del Tesoro a Daniel Butterfield, cuya misión era advertirles si el Gobierno pretendía vender sus reservas.
Con todo en marcha, Gould y Fisk comenzaron a acumular oro desde agosto de 1869. Para ello, utilizaron sociedades interpuestas, junto a otras triquiñuelas, para evitar ser descubiertos. En pocas semanas, se desataba la locura con los precios del oro, mientras se especulaba con un grupo de inversores que estaba acumulando el metal, lo que era cierto.
El 22 de septiembre, dos días antes de aquel primer viernes negro, Corbin advierte a Gould de que el presidente les había descubierto. En una vuelta de tuerca más, Gould no avisó ni a Fisk ni al resto de implicados, y se lanzó a vender todo el oro que pudo, aunque sin llamar la atención para no hundir su precio.
La locura continuó dos días más, y se materializó el Black Friday. El oro, que en verano cotizaba a 132 dólares, había cerrado el jueves 23 en más de 144 dólares. Ese viernes llegó a alcanzar máximos de 200 dólares. Entonces Grant decidió actuar: inundó el mercado con las reservas de oro del Gobierno, y provocó un terremoto en Wall Street.
El oro se desplomó en minutos hasta los 133 dólares. Un hundimiento del 33%. Y la renta variable se contagiaba del pánico, con un retroceso del 20%. En las materias primas la sangría fue aún más grave: algunos granjeros vieron como sus cosechas de trigo y maiz valían la mitad de un momento a otro. Numerosos inversores se arruinaron, incluyendo al propio Corbin.
Las consecuencias económicas dudaron meses. Fueron un lastre para los negocios en todo el país, y mancharon la presidencia de Grant. Sus efectos se notaron incluso en Europa. Pese a todo, Gould logró sacar un buen pellizco con su fraude, y sus negocios con Fisk siguieron adelante....
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💻A principios de los años 60, el sector de la tecnología se burlaba de ellas. Las llamaban desde el diario The Times las "niñas del ordenador", y nadie tomó en serio al grupo de mujeres programadoras que, bajo el liderazgo de la matemática Stephanie Shirley y su compañía Freelance Programmers, revolucionaron el mundo de la empresa con una cultura radicalmente distinta y, contra los peores augurios, exitosa.
🇬🇧Stephanie fue uno de los 10,000 niños judíos acogidos por Reino Unido en plena huida de la Alemania nazi. Embarcada sin sus padres a los 5 años en 1939, ella y su hermana llegaron a un pueblo cerca de Birmingham donde fueron abrazadas por la que se convertiría en su nueva familia, el matrimonio Guy y Ruby Smith.
!?️¿Pero cómo logró esta mujer, brillante matemática, alcanzar el éxito en un negocio masculino y poner en marcha una empresa vanguardista con un funcionamiento del que no existían referentes?
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Historias de la economía - El escándalo Enron, el mayor fraude de la historia de EEUU
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09/04/23 • 8 min

El fraude está presente en todos los sectores y niveles de la sociedad. Pero quizá no hubo nunca un fraude tan relevante como el de Enron, una de las empresas más grandes del mundo, que a principios de este siglo se convirtió en sinónimo de escándalo financiero.
Enron no era una empresa más. Era una de las más importantes del mundo. Daba trabajo a más de 20.000 personas, y sus ingresos superaban, supuestamente, los 100.000 millones al año. Era un ejemplo y una referencia por su capacidad de innovación, su brillante gestión... ¿qué pasó?
La compañía nació en 1985, fruto de la fusión entre Houston Natural Gas e InterNorth, de Omaha, y sitúa al frente a Kenneth Lay, que estaría al mando prácticamente hasta la estrepitosa caída. La empresa, ambiciosa, fue clave en el desarrollo de la venta de electricidad y gas natural. Pero también financió un poderoso lobby para presionar al Congreso en busca de una mayor liberalización del mercado energético. Sus esfuerzos dieron fruto, y acabaron aprobando una ley que desregulaba los negocios de gas natural y electricidad, lo que permitió a Enron subir precios y disparar sus beneficios. En 1992 ya era el mayor vendedor de gas natural de Norteamérica.
Las acciones de Enron aumentaron un 311% entre 1990 y 1998, un porcentaje que parece espectacular, pero que en realidad solo estaba ligeramente por encima del registrado de media por el índice S&P 500. La locura empieza al final de la década, cuando Jeffrey Skilling, un tipo brillante, licenciado con honores en Harvard, es nombrado presidente de la compañía.
Con Skilling dirigiendo las operaciones, la compañía descubre en su máxima expresión la contabilidad creativa o ingeniería contable. No es una práctica ilegal, pero sí que aprovecha los vacíos de la normativa y su flexibilidad interpretativa, para maquillar resultados o dar una mejor imagen de la situación de la compañía.
Aplicando estos métodos, Enron se dispara en bolsa un 56% en 1999, y un 87% en el 2000. Ese año, la acción cierra con un valor de 83 dólares, y la capitalización supera los 60.000 millones. Cifras que reflejaban las altas expectativas del mercado sobre su futuro. El problema es que los inversores no sabían que las cifras de la compañía eran falsas.
En 2001 empezaron los problemas para la empresa, y los esfuerzos por parte de los principales ejecutivos de la empresa por tapar el escándalo que estaba apareciendo.
Todo comenzó con los rumores de que Enron pagaba sobornos y hacía uso de tráfico de influencias, en algunos países, para conseguir obtener sus contratos. Además, ese mismo año empezó a propagarse el 'runrun' de que las cuentas de la compañía estaban infladas, por beneficios que provenían de negocios con las propias subsidiarias de la misma empresa, ocultando a los accionistas de la firma pérdidas millonarias que deberían haber aparecido sobre el papel.
En ese año, con estos rumores circulando por los mercados, las acciones de Enron se hundieron, una debacle que continuó durante los meses posteriores, a medida que iban surgiendo nuevas informaciones sobre el agujero que tenía que afrontar la compañía. El valor de los títulos cayó de 90 dólares a tan solo 1. Terminaron generando, el 28 de noviembre de 2001, la mayor caída hasta la fecha del Nasdaq en Estados Unidos.
Cuando tomó la decisión de presentar el concurso, de declararse en quiebra, la compañía estaba totalmente acorralada. En su momento, fue la mayor bancarrota de la historia, con activos acumulados por más de 60.000 millones, y deudas de 30.000 millones. Un auténtico hito. Miles de inversores perdieron sus ahorros, y más de 20.000 trabajadores perdieron su empleo, generando, además, una cicatriz enorme en la economía estadounidense.
El escándalo de Enron también se llevó por delante a su auditora, la por entonces todopoderosa Arthur Andersen, que formaba parte del conocido como Big Five, que tras su caída se convirtió en el Big Four. Se consideró que formó parte del engaño perpetrado, ya que, bajo la presión de los directivos de la firma, hicieron la vista gorda para dar el visto bueno al laberinto contable de Enron. Supuso tal desprestigio que no pudo levantar cabeza.
Los incentivos de los responsables de la compañía para trampear los datos eran elevados. Lay tenía un sueldo de más de 40 millones de dólares anuales. Skilling, que defendía que no sabía nada, vendió acciones por valor de 60 millones poco antes de la quiebra.
Lay y Skilling eran los principales eslabones de esta maraña de fraudes y mentiras. El jurado les consideró culpables de los cargos de conspiración y fraude en el caso considerado el padre de todos los escándalos corporativos que han azotado a Estados Unidos. Lay fue condenado en mayo de 2006 y murió pocos meses después de un infarto, cuando estaba a la espera de conocer la pena de cárcel que se le impondría. Skilling, por su parte, fue condenado a 24 años de cárcel en 2006 por considerarse culpable de cargos de conspiración, f...
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