Historias de la economía
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Así nació la tecnológica HP, el ‘big bang’ de Silicon Valley
Historias de la economía
09/05/22 • 10 min
Esta zona está situada en la Bahía de San Francisco, es la sede de las compañías más importantes del sector y funciona como un centro de innovación en el que todas las start-ups desean instalarse. Sin embargo, lo que muy pocos saben es cómo se creó este pequeño gran imperio y quién o quiénes fueron los precursores de una región que fue creada para revolucionar el mundo de la informática. Se lo contamos.
Esta historia comienza en los años 30, cuando Disney comienza a trabajar en su tercera película, una cinta que acabaría convirtiéndose en otro gran clásico de la factoría. Se trata de ‘Fantasía’, largometraje musical que llegó a la gran pantalla tras los exitosos lanzamientos de ‘Blancanieves y los 7 enanitos’ y ‘Pinocho’. En ‘Fantasía’, la reproducción del sonido en las salas era clave y, para ello, Disney decidió comprar ocho osciladores de baja frecuencia, una máquina electrónica que permitía sincronizar los efectos de sonido de la cinta y desarrollar el sistema Fantasound, considerado el antecesor del Dolby Surround.
Este oscilador del que hablamos fue inventado por dos emblemáticos ingenieros. Hablamos de Hewlett y Packard, quienes poco después acabarían fundando su propia empresa, Hewlett Packard Company, popularmente conocida como HP. Estos dos jóvenes emprendedores tenían como profesor en la Universidad de Stanford a Frederick Terman, considerado por muchos como ‘el padre de Silicon Valley’. Este fue quien animó a sus pupilos a crear su propia compañía y ambos decidieron seguir su consejo: El 1 de enero de 1939 fundaron HP en un garaje ubicado en la ciudad de Palo Alto, dentro del condado californiano de Santa Clara. Se ponía así la primera piedra de aquel ‘valle del silicio’.
En la década de los 50, se produce al fin el despegue de HP y, de la mano, del propio Palo Alto, donde la población se multiplicó exponencialmente y sus huertos fueron sustituidos por carreteras, negocios y escuelas. El parque tecnológico Stanford Industrial Park, promovido por el profesor Terman, se convirtió poco a poco en foco de atracción para otras empresas que hicieron de aquel lugar el corazón de Silicon Valley.
En aquella zona ubicada al sur de la Bahía de San Francisco comenzó a hervir una cultura del emprendimiento y la creatividad que han logrado mantener hasta nuestros días. Todo ello, ha sido, en parte, gracias a la gran labor social que Hewlett y Packard desarrollaron años más tarde. Por ejemplo, el primero, a través de la fundación David y Lucile Packard (su esposa), se lanzó a la caza de talentos musicales para la Sinfónica de San Francisco o creó el mejor acuario del mundo en la ciudad de Monterrey. El segundo, también junto a su mujer, impulsó con donaciones, a través de la Fundación William y Flora Hewlett, al Instituto de Tecnología de California o la Universidad de Stanford, entre otros.
Casi veinte años después de la venta de aquel oscilador a Disney, la compañía empezó a diversificar su negocio y se lanzó también a crear generadores de señales microondas, aparatos médicos y calculadoras de bolsillo. Enseguida, aquel garaje comenzó a quedarse pequeño y Hewlett y Packard decidieron mudarse y trasladar su empresa a otro edificio más grande, ubicado también en Palo Alto.
En esa apuesta por la innovación, la pareja de ingenieros se lanzó a entrar en 1966 en el negocio de los ordenadores. Dos años más tarde, fabricarían también la primera calculadora científica de sobremesa y programable. En 1983, revolucionan también la tecnología con el primer ordenador de pantalla táctil y, un año después, la primera impresora de inyección de tinta. HP estaba empezando a cambiar el rumbo de la electrónica e informática a nivel mundial.
Otro de los asuntos en los que Hewlett y Packard fueron pioneros fue en su modelo de trabajo. Cosas que hoy suenan modernas, como la flexibilidad laboral o la presencia de salas recreativas y de descanso dentro de marcas como Google o Amazon, tienen su origen en el intento de HP de reducir el estrés de sus empleados para motivarlos y fidelizarlos. Así, tuvieron bastantes detalles con la plantilla, dando regalos a sus familias o haciéndoles partícipes de los beneficios que paulatinamente iba consiguiendo la entidad.
Tanto es así, que HP fue una de las primeras compañías de Estados Unidos que fijaron un horario flexible. Sucedió en 1973 y el objetivo era que los empleados tuvieran mucho más tiempo para estar con la familia, para disfrutar del ocio o de sus negocios personales. La cosa no quedó ahí y, dos décadas después, comenzaron a fomentar de forma pionera algo que hoy en día, tras la pandemia del coronavirus, se ha inst...
09/05/22 • 10 min
Los impuestos en la Edad Media
Historias de la economía
08/29/22 • 8 min
Pero tras celebrar el triunfo, debían pensar en gobernar y administrar las nuevas posesiones, además de tratar de satisfacer mínimamente las necesidades de los habitantes de los territorios ahora sometidos.
Los tentáculos administrativos de Roma no eran tan largos como para poder cubrir todas estas obligaciones. Ahí aparecen los 'publicani', empresarios privados o sociedades, a los que se recurría para construir la obra pública civil, como acueductos o calzadas; religiosa, como los templos; o las de carácter propagandístico y cultural, como las estatuas, los monumentos, los anfiteatros o los circos. Además, también se encargaban del correspondiente mantenimiento.
Una vez que el Senado aprobaba el gasto, y con las ofertas presentadas en papiro o en pergamino, los censores estudiaban las ofertas, y adjudicaban la obra al proyecto con mejor relación calidad/precio. Pese a la normativa, ser generoso con los políticos, o estar dentro de su círculo de amistades, hacía que las posibilidades de hacerse con el contrato aumentasen.
Hay que tener en cuenta que la mayoría de cargos públicos en Roma eran de periodicidad anual, y no estaban remunerados. Eso hacía que solo las familias pudientes pudieran permitirse ser candidatos, ya que debían financiar las campañas electorales, e incluso los gastos durante su mandato. Y no era barato, porque para ganarse al pueblo costeaban obras públicas o financiaban espectáculos.
Con la caída de Roma, y la desintegración de sus estructuras centralizadas, el poder se dispersó. Primero entre los pueblos germánicos, y después entre los señores feudales. El modelo productivo esclavista se vio sustituido por uno basado en la relación de servidumbre. Eran los nombres los que debían dotar a su reino de las estructuras necesarias: puentes, molinos, fortificaciones, norias... Pero en este caso, la inversión se repercutía vía impuestos en sus vasallos.
Hay numerosos ejemplos, como la alfarda, que era el pago por aprovechar el agua de las acequias; el herbaje, que se pagaba por aprovechar los pastos; el montazgo, que era un impuesto sobre los ganados; el diezmo, que correspondía a una décima parte de las cosechas y que recaudaba la iglesia para mantener el clero... Se pagaba por el depósito de mercancías, por su comercio, por usar molinos y hornos comunitarios, por trabajar la tierra, por entrar en las ciudades, por cruzar puentes...
Todos estos impuestos medievales eran indirectos, se aplicaban independientemente de la capacidad económica del pagador, y gravaban la producción, el comercio o el consumo. Repercutían casi en exclusiva en el pueblo, y beneficiaban a la Corona, la nobleza y el clero.
Otro tema era la sisa, un impuesto que consistía en descontar en el momento de la compra una cantidad de ciertos productos, normalmente un octavo. La diferencia entre el precio pagado y lo que realmente se recibía, la sisa, era el gravamen que iba al fisco.
Aunque en un principio la sisa estaba destinado a cubrir necesidades financieras extraordinarias y puntuales, era tan eficaz que terminó por convertirse en permanente. La Corona podía recaudarlo directamente, o delegar en las instituciones locales, lo que permitía al rey conseguir el dinero por adelantado, que salía de las arcas municipales.
Viendo que era un impuesto seguro, los municipios también quisieron sacar tajada de la sisa, y comenzaron a recaudarlo directamente, en beneficio de sus propias arcas, y no para la Corona. Siempre con la autorización Real, claro, y explicando a qué iban a dedicar la recaudación.
¿Y a qué productos se les aplicaba este impuesto? Pues dependía de cada municipio, pero generalmente a bienes de primera necesidad como el pan, la carne, el aceite, el vino... por lo que era uno de los impuestos más impopulares.
Opinión muy distinta tenían de la sisa los que la recaudaban, porque estuvo en vigor desde del siglo XIII hasta 1845 y, la verdad, sirvió para mejorar las infraestructuras, para la dotación de servidos y para hacer frente a desastres naturales. Algunos ejemplos en España fueron la sisa del vino en Avilés para reparar lo destruido por el fuego; la de San Sebastián sobre las "cosas de comer" para reparar las torres y puentes; la del vino de Burgos para financiar inversiones en el abastecimiento de agua; la del pescado de Sevilla para fortificar Cádiz; la del vino de la Plaza para construir la plaza Mayor de Madrid...
También las hubo para gastos más superfluos, como la sisa del cuarto de palacio de Madrid sobre la carne para construir un habitación en el Palacio para doña Margarita de Austria, la del cacao y el chocolate para "otros" gastos de...
08/29/22 • 8 min
Burgos y su sueño frustrado de convertirse en el Texas español con el petróleo
Historias de la economía
08/22/22 • 9 min
Este histórico evento se convirtió en la gran esperanza económica del Franquismo y el optimismo de encontrar el primer yacimiento de petróleo en España hizo que algunos medios se aventuraran a decir que Burgos podría convertirse en el Texas de nuestro país. La historia, como habrán podido intuir, les llevó la contraria.
El descubrimiento no fue cuestión de suerte o pura casualidad, dado que ya 64 años antes, en 1900, se produjo en la zona de Burgos una primera exploración con dos pozos que arrojaron los primeros indicios de que bajo ese suelo podía haber petróleo. Según documentos recopilados por el Museo del Petróleo de la provincia, las prospecciones se intensificaron dos décadas después, pero los resultados no fueron los esperados. No fue hasta el año 1953, cuando España comenzó a restablecer sus relaciones internacionales y las empresas decidieron lanzarse con todo a la búsqueda de combustible.
Poco a poco, con el paso de los años, varias perforaciones fueron reduciendo y cercando la zona en la que finalmente se encontraría el crudo. La empresa Amospain-Campsa fijó su atención en un terreno ubicado entre el pueblo de Sargentes de La Lora y la aldea de Valdeajos. El primero era un páramo abandonado, áspero, duro, y con un porcentaje alto de emigración. Miguel Moreno Gallo, profesor de la Universidad de Burgos, relata que sus habitantes se dedicaban a la patata, al trigo y, en menor medida, a la ganadería. A partir de aquella mañana, parecía que todo iba a cambiar.
A pesar de la exaltación generalizada, desde el principio Campsa prefirió ir con pies de plomo y, en un comunicado lanzado pocos días después, la compañía aclaró que, hasta que no se hicieran las comprobaciones y pruebas necesarias, no era posible medir la importancia y extensión del pozo que acababan de hallar. Este, por cierto, recibió el nombre de ‘Ayoluengo no 1’. En esta línea, algunos medios de la época llamaban a la calma para evitar lo que consideraban “un optimismo exagerado”. Sin embargo, el NO-DO, el noticiero propagandístico del régimen, se lanzaba con todo a que había sospechas de una “posible existencia de un yacimiento importante”. Lo escuchamos.
Miguel Moreno recuerda, en palabras a El Independiente, que aunque al principio había cierta sensación de júbilo, la gente del pueblo no se volvió loca y siguió cultivando sus patatas y su trigo. La realidad es que el hallazgo tuvo más impacto fuera de la comarca que entre los propios vecinos del municipio. Enseguida, la zona se empezó a llenar de periodistas, técnicos americanos, ingenieros, cargos políticos... Todos incidían en esa idea de que Burgos iba a ser un gran impulsor de la economía española.
Tal fue la algarabía que Valdeajos, la localidad colindante, convocó una fiesta para la que invirtió, para la época, una gran suma de dinero. Muchos aprovecharon también para abrir bares y chiringuitos cerca de la torre de perforación que, en primera instancia, se iba a llenar de trabajadores dispuestos a consumir bebidas y bocadillos en las inmediaciones del pozo. En aquel momento, se valoró la idea incluso de construir una refinería, pero las ilusiones desaparecieron cuando se continuó con la investigación.
En 1967, tres años después, comenzó la explotación industrial del petróleo en La Lora. Amospain fue la primera empresa en entrar en el negocio y estuvo durante 10 años realizando sondeos y exploraciones. El funcionamiento de aquella industria era el siguiente: una estación recibía el petróleo de los pozos y un oleoducto lo lanzaba hacia otra estación ubicada en Quintanilla Escalada, en la carretera de Burgos a Santander. Desde ahí, los camiones de Campsa iniciaban su distribución hacia empresas de Burgos, Miranda, Valladolid y Bilbao. La producción se convirtió en una realidad y alcanzó en su mejor momento los 8.000 barriles diarios, lo que equivalía a 1,2 millones de litros de petróleo al día.
Para el año 1973, según medios de la época, se explotaban un total de 28 sondeos. Eso sí, ya se empezaban a perder las esperanzas de que esto se pudiese alargar mucho más en el tiempo. Los pueblos también mostraron su descontento al ver cómo los empleados de la compañía extractora hacían sus vidas en Burgos y no allí en Sargentes. El alcalde del municipio se llegó a quejar de lo mal que le habían pagado por aquellas tierras y Valdeajos de que solo tuviese a un vecino trabajando con los petrolíferos. La realidad es que el punto álgido de empleo fue cuando se estaban construyendo los pozos, l...
08/22/22 • 9 min
Bancos, aseguradoras y esclavos: el origen de Wall Street
Historias de la economía
08/15/22 • 9 min
Y aunque hasta la fecha no ha dado sus frutos, en las últimas décadas son varias las asociaciones que exigen indemnizaciones para los afroamericanos. Se denuncia así la esclavitud sufrida durante siglos por sus ancestros y se reclaman reparaciones al estilo de las que se concedieron a los judíos e Israel por Alemania.
En el centro de la polémica están los bancos y las aseguradoras, que en mayor o menor medida estuvieron vinculados por el comercio humano. Hablamos de entidades bancarias como JP Morgan, Bank of America, Royal Bank of Scotland o el desaparecido Lehman Brothers, o de aseguradoras como Aetna, New York Life Insurance o Lloyd's of London.
En el año 1625, la Compañía Neerlandesa de las Indias Occidentales fundó Nuevo Amsterdan, hoy Nueva York, en el valle del río Hudson. Era un asentamiento estratégico que permitía controlar el comercio de pieles a través del río. Poco después, en 1653, para protegerse del ataque de los nativos norteamericanos y de los ingleses, los colonos holandeses construyeron en el límite norte de la ciudad un muro, hecho de madera y barro.
Bueno... realmente ellos no lo construyeron, lo mandaron construir. Fueron los esclavos africanos traídos a la colonia los que lo llevaron a cabo. Aunque años más tarde los ingleses derribaron aquella fortificación, el nombre de Wall Street sigue recordando a aquel muro. No fue lo único que hicieron los esclavos, que también se encargaron de despejar los bosques, construir los caminos, los molinos, los puentes, las casas, el muelle, la prisión, la iglesia... Y, por supuesto, eran la mano de obra que alimentaba a gran parte de las diferentes industrias.
Entre finales del siglo XVII y comienzos del XVIII, ya en manos de los ingleses y renombrada como Nueva York, la ciudad experimentó un rápido crecimiento, impulsado por el trabajo de los esclavos. Y viendo que todavía podían sacarles más rendimiento, decidieron entrar de lleno en el negocio del comercio de esclavos.
En 1711, el gobierno local aprobó la creación del primer mercado de esclavos de la ciudad. Precisamente en Wall Street. Aquel mercado, conocido como Meal Market, porque en él también se vendían grano y carne, fue clave en el comercio transatlántico de esclavos. Los barcos negreros, procedentes de África, llegaban a Nueva York cargados de esclavos que se vendían como mano de obra, sobre todo para las plantaciones de algodón. Y desde el mismo puerto se distribuía el propio algodón.
Era una plaza tan importante que casi la mitad de los beneficios generados por el algodón en Estados Unidos acababan en Nueva York, gracias a los ingresos que obtenían los bancos, las aseguradoras y las empresas de transporte.
Así, a las aseguradoras de los barcos, a los grandes comerciantes, y a los bancos que financiaban tanto los viajes como a los terratenientes, no les quedó más remedio que estar cerca de sus inversiones. En 1792, a la altura del número 68 de Wall Street, 24 empresarios y comerciantes de la ciudad firmaban un acuerdo para crear un mercado de acciones ordenado y regulado, germen de la actual bolsa de Nueva York. Sí, los orígenes de Wall Street también están relacionados con la esclavitud.
Los bancos prestaban dinero a los propietarios de esclavos, y los aceptaban como garantía. Cuando los propietarios de estos esclavos incumplían los pagos de sus préstamos, los bancos se convertían en sus nuevos propietarios. Por su parte, los propietarios de plantaciones aseguraban sus bienes, firmando seguros de vida con las aseguradoras para cobrar primas si fallecían sus esclavos. Por ejemplo, en 1856, por dos dólares se podía firmar una póliza de 12 meses y asegurar a un esclavo doméstico de 10 años, cobrando 100 dólares si llegaba a fallecer. Para uno de 45 años el coste era de 5 dólares y medio. Mientras que los armadores de los barcos negreros firmaban pólizas para seturar la 'carga' en caso de pérdida, captura o muerte.
Por supuesto, había disputas entre los distintos actores. En algunos casos, aseguradoras y armadores hasta llegaban a los tribunales, como ocurrió con el barco Zong.
El Zong partió de Santo Tomé, una isla en la costa occidental africana, con rumbo a Jamaica, en septiembre de 1781. El viaje tenía una duración prevista de unos dos meses. El problema es que el capitán del barco, un tal Luke Collingwood, no tenía una gran experiencia. Su único interés era el dinero.
Y cuantos más esclavos llevase, más dinero podría ganar. Cargó a 442 personas a bordo, muy por encima de lo normal. El hacinamiento, la desnutrición y las enfermedades empezaron a pasar factura: fallecieron 60 esclavos y 7 miembros de la tripulación.
En noviembre, cuando ya tenía que haber llegado a su destino, el capitán se da cuenta de que...
08/15/22 • 9 min
Cuando el dinero sí caía de los árboles
Historias de la economía
08/08/22 • 7 min
En mayor o menor medida, es probable que todos hayamos vivido alguna vez una situación parecida a esta. Pues bien, ahora los más quisquillosos (y algo rencorosos quizá) deben saber que en realidad aquella máxima podía, o pudo algún día, ser rebatida con argumentos contundentes. Y no, no es lo que estás pensando. No nos referimos ni a que el algodón y el lino utilizado para fabricar los billetes proceden de plantas, ni a que alguna vez se hayan hallado metales preciosos en restos orgánicos de árboles. Hablamos de dinero cogido directamente de los árboles, dinero con el que se podían comprar cosas, o incluso con el que se pagaban impuestos. Se lo contamos.
Para ello, tenemos que remontarnos a comienzos del siglo XVI, a la conquista de México tras el desmantelamiento del Imperio mexica. Este fue ejecutado por ejércitos de otros pueblos mesoamericanos en alianza con cientos de tropas españolas del llamado reino de Castilla que estaban bajo el mando de Hernán Cortés. En aquel momento, había que poner en marcha una nueva sociedad y, para ello, se necesitaba, entre otras cosas, la circulación de la moneda. Sin embargo, ni el dinero que llevaban los españoles que cruzaron el charco, ni las remesas de maravedís que se enviaron desde Sevilla, eran suficientes para atender a las necesidades de aquel vasto territorio que acababan de descubrir.
Pese a todo, Hernán Cortés decidió empezar a acuñar una nueva moneda para poder pagarle a sus soldados. Se trataba de pequeños trozos de oro o plata, con forma irregular, que eran cortados de piezas ornamentales del famoso tesoro de Moctezuma. A estos fragmentos se les realizaba alguna marca para otorgarles un determinado valor y oficializar la acuñación.
El proceso era algo rudimentario y, para mejorar la técnica, se fabricaron monedas con formas más redondeadas. Sin embargo, la escasez de oro obligó a añadir cobre en las elaboraciones hasta que, finalmente, el oro prácticamente desapareció.
A esta nueva moneda se le llamó ‘tepuzque’, un término procedente del náhuatl, el idioma de los mexicas, que significa precisamente cobre. Pero esta fue una moneda que no convenció a nadie, ni a los indígenas, ni a los propios españoles. Los nativos las acababan tirando a los ríos y lagos, y para los invasores el término ‘tepuzque’ acabó derivando en un sinónimo de mentira o engaño. Por ello, con el tiempo, la palabra ‘tepuzque’ acabó derivando en México a ‘chapuza’ con el significado de ‘estafa’.
El problema persistía y los colonizadores eran incapaces de instaurar una economía similar a la que conocían en Europa. Fue entonces cuando decidieron pararlo todo e intentar estudiar mejor el funcionamiento de la economía en el terreno antes de su llegada. Ahí descubrieron cuál era el verdadero dinero de los mexicas: el cacao. Además de usarlo como bebida, como alimento, como medicamento o estimulante, el cacao era la moneda de los nativos.
El cacao, en concreto, sus semillas, se usaban como moneda porque cumplía todos los requisitos que se le exigen al dinero. Por un lado, estaba regulado y controlado, ya que sólo las familias más pudientes podían tener plantaciones y, por otro, se podía contar y fraccionar y era fácil de conservar, almacenar y transportar. Además, el cacao era un producto que ya tenía cierta jerarquía dentro de aquella sociedad, ya que muchos consideraban al chocolate como “la bebida de los dioses” y era utilizado en rituales y ceremonias.
Los españoles no lo dudaron más y se entregaron a la clarividente idea de que había que sumarse al modelo económico precolombino y aceptar esas semillas de cacao como moneda. Eso sí, de la misma manera que los aborígenes tenían regulado en ‘cacaos’ el precio de los productos en los mercados, los tributos y los correspondientes salarios por el trabajo, la Corona Española se lanzó también a regular el valor del cacao para que pudieran convivir ambas monedas.
Nos referimos al propio cacao y a aquellos maravedís que llegaban desde Sevilla. Por poner un ejemplo, en el año 1555 un real de plata (34 maravedís) equivalía a 40 cacaos. Veinte años después, ese real se revalorizó a 100 cacaos.
Aquellos mercados prehispánicos estaban controlados y supervisados por una especie de inspectores que eran los encargados de vigilar los precios, los pesos y medidas de las transacciones, y los pagos que se hacían con moneda falsa. Y es que había estafadores que intentaban colar semillas de otro producto haciéndolas pasar por cacao o que usaban cacaos falsificados. El método para esto último era muy curioso.
Del mismo modo que hoy en día se falsifican los billetes, en aquella época ya se trataba de falsificar el cacao. ¿De qué forma? Sacando la pulpa del interior de la semilla, rel...
08/08/22 • 7 min
Cuando las legiones romanas exigieron un sueldo
Historias de la economía
08/01/22 • 6 min
Pero aquel modelo de ejército a tiempo parcial se mostró insuficiente, tanto para atender las innumerables y prolongadas campañas de conquista en las que se embarcó Roma, como para establecer guarniciones en los territorios sometidos. Una circunstancia que obligó a reorganizar las legiones, convirtiéndolas en un ejército regular. Pero claro, esta medida tuvo consecuencias, la principal, económica. Porque aquellos soldados, ya casi profesionales, debían tener una paga: el stipendium, o estipendio.
El problema es que tenían que buscar cómo afrontar este gasto. Y decidieron que no lo iban a pagar ellos, sino que se lo iban a encasquetar a otros. Si las águilas romanas llegaban hasta tu territorio, la tribu en cuestión tenía dos opciones: firmar un tratado o enfrentarse a las todopoderosas legiones. Lo más recomendable solía apostar por alcanzar un acuerdo, y convertirse en una ciudad libre o aliada. Porque si ibas a la guerra y perdías... eras conquistada, y te convertías en stipendiariae. Quedabas bajo el mando de un gobernador nombrado por Roma, y tenías que pagar tributos, tanto en forma de dinero, de provisiones, o con cualquier otro servicio.
La parte que se satisfacía económicamente se liquidaba en moneda, y se utilizaba para pagar a los legionarios que habían conquistado el territorio. Se abonaba en denarios, la moneda de plata que era la base del sistema monetario romano.
El denario pesaba 4,5 gramos, y era casi de plata pura. Comenzó a acuñarse en el siglo III antes de Cristo, y desde el principio se convirtió en protagonista de la política económica de Roma. Cada que que necesitaban financiación, tenían dos opciones: subir impuestos o devaluar el denario. Como el valor de la moneda estaba determinado por el metal empleado en su fabricación y por su peso, para devaluarlo bastaba con reducir la plata empleada en su fabricación, y por lo tanto, su peso.
En el año 145 antes de Cristo el peso del denario ya había caído hasta los 3,9 gramos. Y en tiempos de Nerón alcanzó los 3,41. De esta forma, con la misma plata se podían acuñar más monedas, y había más dinero para gastar. Hay que sumar que, además, los denarios dejaron de ser de plata pura, mezclándola con metales menos valiosos. De hecho, en tiempos de Caracalla, las monedas llegaron a tener menos de un 50% de plata. Los ingredientes perfectos para disparar la inflación.
Más allá de las devaluaciones decretadas por los diferentes emperadores, había una adicional, provocada por la clásica picaresca mediterránea, llevada a cabo por los ciudadanos. Como estas monedas estaban fabricadas por metales preciosos, los menos favorecidos, que no tenían ni circo ni mucho menos pan, raspaban los bordes de las monedas y vendían las limaduras del metal después de fundirlas.
De hecho, una de las funciones de los argentarii, los banqueros privados de la época, era la de retirar de circulación las monedas más deterioradas que, tras pasar por tantas manos, habían perdido peso y valor. Una solución aplicada entonces para luchar contra esta actividad, y que ha sobrevivido hasta nuestros días, es poner crestas en los bordes de las monedas, para que sea más fácil de detectar a simple vista la manipulación.
Estas inflaciones sucesivas se tradujeron en un importante malestar entre la población, sobre todo entre los trabajadores que recibían su paga en denarios. Y los más enfadados, como es normal por su número y por su importancia en el imperio, eran los legionarios. Tanto, que en el siglo IV exigieron cobrar en una moneda más estable y fiable.
El emperador Constantino decidió entonces acuñar una moneda de oro, el solidus, con el que se empezó a pagar el estipendio de las legiones. De esta forma, el nombre de la nueva moneda pasó a designar la paga periódica de los legionarios, y después la de todos los contratados para hacer un trabajo. Mientras que el solidus, el sólido, es el origen etimológico de nuestro sueldo.
08/01/22 • 6 min
Historia de las propinas en EEUU: por qué son casi obligatorias
Historias de la economía
07/25/22 • 8 min
Pero se trata de un tema eminentemente cultural, con importantes diferencias según el país en el que nos encontremos. Así, hay algunos países, principalmente en Asia, donde es una costumbre muy mal vista, que incluso se puede considerar grosera o de mal gusto. Algo parecido pasaba en Paraguay, donde las propinas eran vistas como una especie de soborno incómodo, pero con el aumento del turismo recibido se han ido normalizando, y los profesionales ya las esperan con alegría.
Hay otros países, como la vecina Francia, Cuba, Países Bajos, Alemania... donde son obligatorias. En algunos casos, incluso es un servicio incluido en la cuenta, del que no te puedes librar.
Pero donde se libra la batalla principalmente es en países como Canadá, India, República Checa... y sobre todo Estados Unidos, donde las propinas son un pilar fundamental para los sueldos de los camareros. Y para los taxistas, los peluqueros, los recepcionistas de hotel... No son obligatorias, pero son casi un deber moral. Da igual si el trato recibido ha sido bueno, malo o regular, se espera que se dé. Y en algunos casos hasta se incluye el porcentaje esperado en el ticket.
¿Cómo surge esta tradición? ¿En qué momento las propinas se volvieron tan importantes para los trabajadores? ¿A qué se debe? Sorprendentemente, la cultura del 'tipping' está en realidad fuera del país. De hecho, hasta 1840 no existía esta práctica, según el historiador Kerry Segrave.
Era una tradición europea. Se calcula que se originaron en Inglaterra en el siglo XVI, cuando los huéspedes dejaban dinero para los empleados de sus anfitriones, para compensar el trabajo adicional que les generaban. Un libro anónimo inglés de 1795, recogido por la BBC, explica un poco su funcionamiento en aquella época. "Si un hombre con su caballo se aloja en una posada, además de pagar la factura debe dar al menos un chelín al camarero y seis peniques a la mucama, al mozo de cuadra y al limpiabotas, lo que suma media corona".
Un viajero inglés llamado John Fowler, famoso ingeniero especializado en ferrocarriles, viajó a Nueva York en 1830, con esta experiencia y esta cultura de las propinas a sus espaldas. Tomó numerosas notas durante su visita, entre las que destacaba el siguiente gasto: "Total, 81 centavos; camarero 0, mucama y botas, ídem; y cortesía y agradecimiento por el trato. ¿Se verá esto en Inglaterra? Pasará algún tiempo antes de que allí se convierte en costumbre".
¡Creía que la costumbre de que no hubiera propinas se trasladaría de Estados Unidos a Europa! Sin embargo, ocurrió lo contrario. Cuando el siglo XIX tocaba a su fin, los estadunidenses importaron la costumbre europea. Fue la vocación elitista de aquellos americanos, imitadores de las prácticas de la aristocracia europea, los que empezaron a dar propinas en su país. Era un gesto como para recordar que tenían una educación refinada.
También jugó un papel fundamental en la consolidación de esta práctica el fin de la esclavitud. Los restaurantes querían seguir teniendo mano de obra negra gratuita, así que adaptaron las propinas para convertirás en el salario de los empleados. "Les dijeron a los negros: te vamos a contratar, no te vamos a pagar, pero puedes recibir propinas", explica Saru Jayaraman, activista pro derechos laborales, en declaraciones a BBC. Hay que tener en cuenta que los empleados negros representaban casi la mitad de la industria hostelera.
El racismo también ejercía una gran presión en este aspecto. "Los negros aceptan propinas, por supuesto, uno espera eso de ellos, es una señal de su inferioridad. Pero dar dinero a un hombre blanco me daba vergüenza", señaló en 1902 el periodista John Speed, según NPR.
Como ahora, las propinas ya recibían críticas en aquella época. En 1904 surge la primera sociedad contra las propinas, que llegó a sumar más de 100.000 personas que se negaban a pagar propinas. Uno de los principales detractores de esta práctica era el propio presidente, William H. Taft. Hasta 6 Estados llegaron a prohibir por ley las propinas, aunque en la década de los 20 derogaron todas estas leyes.
La cultura del tipping, de las propinas, se consolida definitivamente en 1966. El Congreso aprueba entonces la Tip Credit, una disposición que permitía a las empresas del sector servicios pagar a algunos empleados por debajo del salario mínimo. Daban por hecho que sus ingresos se verían compensados a través de las propinas recibidas.
En la actualidad, el salario mínimo de estos trabajadores está fijado en 2,12 dólares por hora, una cifra que lleva congelada desde el año 1991. ...
07/25/22 • 8 min
Historia del precio del dinero: de Hammurabi al BCE
Historias de la economía
07/18/22 • 17 min
“El dinero puede intercambiarse por bienes y servicios”. Este es el sencillo argumento que el cerebro de Homer da al emblemático personaje de la serie televisiva 'Los Simpson' para convencerse a sí mismo de que era mejor haber encontrado un billete de 20 dólares debajo del sofá que el cacahuete que se le había caído. Una descripción simple sobre qué es el dinero: eso que inventó el ser humano hace milenios para pagar cosas a las que previamente se les pone un precio. Pero es igual de importante saber que el propio dinero también tiene precio, conocido como interés. Es más: se sabe que ya lo tenía incluso antes de que se acuñaran las primeras monedas. ¿Cómo es posible?
En algún momento del pasado, las personas se cuestionaron qué ventaja sacaban aquellos que prestaban algo a otros, dejando de disponer ellos mismos de eso que cedían a cambio de nada. "Lo más probable es que el préstamo con interés naciera con el mismo dinero", nos explica Rafael Barquín, profesor titular de Economía Aplicada e Historia Económica de la UNED.
Es imposible saber cuándo sucedió exactamente eso, pero sí es bastante revelador que los textos legales de las primeras grandes civilizaciones ya regulaban las condiciones de los créditos.
Alrededor del 1800 antes de Cristo, Hammurabi, sexto rey de la primera dinastía de Babilonia, ordenó hacer un compendio de leyes para unificar las diferentes normas del imperio. Así nació el famoso Código de Hammurabi, uno de los primeros códigos legales de la Historia. El conjunto de leyes (282 en total) fue cincelado en una enorme pieza de basalto negro que en la actualidad puede contemplarse en el Museo del Louvre de París.
Además de contener una de las versiones más antiguas de la ley del talión (la del ojo por ojo), el Código de Hammurabi es relevante por regular la relación entre acreedores y deudores. En concreto, las leyes babilónicas establecían que el interés máximo en los préstamos de plata era del 20% anual. También fijaba en el 33,3% el 'tope' para el interés de los préstamos de grano, reembolsables en especie, según el economista estadounidense Sidney Homer.
07/18/22 • 17 min
Origen y expansión de los restaurantes chinos
Historias de la economía
07/11/22 • 10 min
La comida china llega a Estados Unidos cerca del año 1850, cuando los primeros ciudadanos del gigante asiático emigran a California, atraídos por la fiebre del oro, y huyendo de la inestabilidad que vivía China. Inicialmente cocinaban para ellos mismos, pero pronto se dieron cuenta de que había un nicho de mercado disponible en la comida preparada para mineros. Hasta ese momento, la oferta al alcance de estos trabajadores era muy monótona, protagonizada por el cerdo, las patatas o el estofado.
Con tan poca variedad a su alcance, los mineros pronto aprendieron a valorar los sabores que llegaban desde el otro lado del Pacífico. El wok era el protagonista de las creaciones culinarias chinas, donde cocinaban, removían y freían todos los alimentos.
Hablamos de una época en la que residían en Estados Unidos unos 4.000 chinos. Pero en tan solo cuatro décadas su número se disparó hasta los 100.000. El crecimiento de la población disparó los prejuicios, los bulos y el sentimiento contra los chinos, provocando tensiones entre los trabajadores, especialmente los mineros, que temían perder sus empleos. La hostilidad en este sector era tan grande y tan violenta que ni siquiera lograron trabajos en este sector, apostando sobre todo por la construcción de vías férreas.
La presión que ejercieron sobre la clase política fue asfixiante, y cada vez mayor. Tanto, que finalmente el Congreso aprobó en 1882 la Chinese Exclusion Act, la Ley de Exclusión China, que restringía fuertemente la inmigración y que además impedía que los ya residentes en Estados Unidos pudieran obtener la nacionalidad. La Ley fue prorrogada, aún con más restricciones, en 1892, con medidas que estuvieron vigentes durante 60 años.
La ley logró sus objetivos. Desaparecieron los barrios chinos de buena parte de las ciudades estadounidenses, ya fuera por la nueva normativa, o por el acoso al que se vieron sometidos los ciudadanos chinos.
Pero la ley de exclusión contaba con algunas excepciones, que permitían a los chinos seguir residiendo en EEUU. En concreto, se trataba de profesores, sirvientes y mercaderes. Y esta última categoría incluía a los propietarios de restaurantes, que se encontraban entre los que menos restricciones sufrieron. Podían entrar y salir de Estados Unidos, y traer con ellos a familiares, no como otros afectados, que se vieron separados de sus familias por el resto de sus vidas.
Así, todos los que pudieron permitirse crear este tipo de negocios encontraron la forma de eludir las restrictivas leyes de inmigración. Pero aunque montar un restaurante se había convertido en un salvoconducto para los ciudadanos chinos, tenían que buscar la forma de convertirlos en negocios rentables. Y no era fácil, porque el racismo latente que había contra los chinos, pese a la aprobación de la ley, era enorme, y no querían ir a sus restaurantes.
Todo cambia en 1896, cuando visita Estados Unidos Li Hongzhang, un importante diplomático chino. Su viaje despertó gran expectación, y fue cubierto por la prensa de la época, porque eran muchos los empresarios autóctonos que querían invertir en China.
Muchos de los medios se hicieron eco de que la comida favorita de Li era el Chop Suey, lo que generó mucho interés entre los lectores, que empezaron a acudir a los restaurantes chinos para probar este plato. De hecho, los locales de la época se llamaban 'Chop Suey Restaurants', y adaptaban las recetas para tratar de adaptarse al gusto de los americanos y facilitar su expansión.
Da la casualidad de que el chop suey es un plato rodeado de polémicas. De hecho, ni siquiera es un plato originario de China, donde se cuenta que por entonces ni siquiera lo conocían, sino que nació en Estados Unidos. Como con los orígenes de tantas otras recetas, alrededor del chop suey también circulaban muchas leyendas. La más aceptada cuenta que un grupo de mineros muy enfadados llegaron un día a un restaurante chino, pidiendo comida. El dueño del local, asustado, echó todos los ingredientes que tenía a mano en un wok, dando lugar a ese nuevo plato que llamó Chop Suey. A pesar de estar hecho a partir de sobras, se convirtió en el favorito de todos los clientes.
Desde los inicios del siglo XX la expansión de los restaurantes chinos fue exponencial. En 1900 en Chicago había un único local, pero en 1905 ya eran 40. En Nueva York, cada década se duplicaba el número de restaurantes, y en 1930 ya generaban 150 millones de dólares en ventas. Y habían superado a las lavanderías como el sector que más trabajo daba a los chinos. Y todo a pesar de que la población china prácticamente se había reducido a la mitad, debido a las restricciones, pasando de 105.000 ciudadanos en el momen...
07/11/22 • 10 min
El éxito de Heraclio Fournier, el 'rey de oros' de los naipes
Historias de la economía
09/12/22 • 9 min
El verdadero origen de los naipes sigue siendo un misterio, pero muchas investigaciones apuntan a que llegaron a Europa, a este lado del mundo, desde China, en el siglo XIV, a través de la famosa Ruta de la Seda. Se dice que, en un principio, eran utilizados por sus creadores para intentar predecir el futuro y que fueron estos los que ya dividieron la baraja en cuatro palos. Estos estaban identificados con los cuatro elementos de la naturaleza: la tierra, el aire, el agua y el fuego.
Pues bien, seguro que hay quien aún no sabe que, a este lado del globo, y varios siglos después, sería un español el que acabaría colándose de lleno en la cultura popular, dentro y fuera del territorio nacional, a través de los juegos de cartas. Como decíamos, su nombre es Heraclio Fournier y su éxito no hubiese sido posible sin la existencia de su abuelo. Este, Francisco Fournier, fue un impresor francés que huyó de la convulsa Francia prerrevolucionaria para, en 1785, instalarse en la provincia de Burgos. Un siglo después, en 1870, su nieto Heraclio se casó con Nieves Partearroyo, con la cual acabó teniendo cuatro hijas.
Para entonces, el negocio familiar estaba centrado en las litografías y el éxito de los Fournier llevó a la empresa a una ampliación que produjo, primero, una diversificación del negocio hacia la producción de naipes y, más tarde, el traslado de toda la familia y la compañía a Vitoria. En la capital vasca, Fournier desarrolló sus primeros trabajos de impresión. Sucedió en un taller de la Plaza de España que actualmente ocupa la conocida Librería el Globo. Allí, Heraclio se centró en la venta de objetos de escritorio, tarjetas y todo tipo de impresiones.
Enseguida, el negocio creció, el taller comenzó a quedarse pequeño, y Fournier se vio obligado a mudarse a otras instalaciones con más capacidad. Desde el primer momento, la empresa destacó por sus innovadores métodos de impresión, destacados por muchos en la época. El punto de inflexión llegaría cuando, en 1877, Heraclio encargó a Emilio Soubrier, un profesor de la Escuela de Artes y Oficios de Vitoria, y al pintor Ignacio Díaz, el diseño de una baraja de cartas. Este fue, sin duda, el antes y el después en la historia de la empresa, ya que aquellos naipes fueron los que precedieron a la actual baraja española.
Con el paso de los años, numerosas innovaciones técnicas fueron implementándose en el ámbito de la impresión. Así, en 1880, mientras en Europa se encolaba la producción papelera a través del uso de maquinaria, Fournier decide dar un paso más allá y lanzar al mercado un tipo de naipe de una sola cara, recubierto de un barniz que le otorgaba un tono amarfilado. El negocio estaba ya en pleno apogeo y, siete años después, Fournier pudo inaugurar una fábrica propia en la capital alavesa. De este modo, había hecho realidad su gran sueño.
Uno de los primeros desafíos que quiso acometer fue el de la creación de las barajas litográficas de doce colores, algo que logró una gran repercusión dentro y fuera de nuestras fronteras. Fournier recibió varios premios en España y en el extranjero por su gran innovación y creatividad en las técnicas para el diseño y la impresión. En 1884, se le otorga la medalla al diseño en la Exposición provincial de Álava y el premio en la Exposición de Fomento de las Artes de Madrid. Cinco años después, llega su primer gran éxito internacional con el premio al diseño de naipes que le fue entregado en la Exposición Universal de París. En 1890, también recibe el premio en avances técnicos de impresión en la Exposición de la Sociedad Científica de Madrid.
La vida pasa y Heraclio Fournier fallece el 28 de julio de 1916, en la región francesa de Vichy. Para entonces, el burgalés, que muchos creen vitoriano por su desarrollo profesional en la capital vasca, ya se había convertido en el rey de ‘oros’ del mundo de las cartas. Tras su muerte, la empresa recae en manos de su nieto, Félix Alfaro Fournier, quien siguió la estela de su antecesor y siguió cosechando éxitos.
En 1948, la compañía Naipes Heraclio Fournier ya era líder absoluto en el mercado nacional y la incesante demanda hizo que sus responsables decidieran trasladarse de nuevo a una planta mucho más amplia en la que se siguieron incorporando avances tecnológicos. Fue entonces cuando se sentaron las bases de su consolidación int...
09/12/22 • 9 min
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