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Historias de la economía - Los billetes como armas de guerra: el caso del dólar hawaiano

Los billetes como armas de guerra: el caso del dólar hawaiano

03/14/22 • 6 min

Historias de la economía
Los medios de comunicación hemos recurrido con mucha frecuencia al lenguaje bélico para explicar las políticas monetarias, las decisiones de los bancos centrales o su evolución. Hemos hablado de guerra de divisas para contar devaluaciones de moneda; hemos hablado de potencia de fuego para visualizar la capacidad de los bancos centrales para mantener a flote el valor de una divisa gracias a sus reservas...
Pero no todo es vocabulario ni son metáforas. Las divisas juegan un papel fundamental en la guerra real. Un buen ejemplo lo estamos viendo con la invasión de Rusia a Ucrania, y las consiguientes sanciones económicas, que han provocado el hundimiento del rublo.
Uno de los capítulos más relevantes, y de los más desconocidos, relacionado con las divisas y los conflictos se produjo durante la segunda Guerra Mundial. En Hawaii circularon dólares especiales a modo de arma preventiva, ante una posible invasión japonesa.
Todo comienza con el ataque a Pearl Harbor, el 7 de diciembre de 1941. Esta agresión provocó una gran conmoción en el pueblo estadounidense, y además propició su entrada en la II Guerra Mundial. Tal era la preocupación que los estadounidenses, no solo los ciudadanos, sino también los mandos militares, que de verdad creyeron posible que Japón pudiera invadir las islas. Hoy puede parecer descabellado, pero hay que tener en cuenta que el país nipón venía de invadir las Islas Aleutianas, en Alaska, o otros estados, como Malasia o Myanmar.
Una de las cosas que más preocupaba en Washington es que, si Japón acababa controlando Hawaii, las fuerzas niponas podrían tener acceso a una gran cantidad de dólares estadounidenses. Un dinero que podrían emplear en mantener los esfuerzos de guerra contra Estados Unidos. Es lo que pasó, por ejemplo, en Manila, que permitió a los japoneses hacerse con 20 millones de dólares tras capturarla.
Ante esta situación, el gobernador militar de las islas, Delos Carleton Emmons, en enero de 1942, tan solo un mes después del ataque, decide confiscar todo el dinero en efectivo en circulación. Permite un límite de 200 dólares por persona, y 500 en el caso de las empresas.
Y esto fue solo el principio. Seis meses después el Gobierno estadounidense dio un paso más. Ese verano de 1942 ordena la retirada de todos los dólares "normales". En su lugar, la Reserva Federal de San Francisco imprimió nuevos billetes de 1, 5, 10 y 20 dólares. Eran exactamente iguales que el resto de dólares, con tan solo una diferencia: en el reverso estaba sobreimpresa la palabra 'HAWAII', en todo el billete; mientras que en el anverso se situaban dos pequeñas a los lados, con un sello marrón del Tesoro.
De ahí precisamente llega el nombre con el que se conocía a estos dólares, los billetes sobreimpresos de Hawaii.
Para el 15 de agosto de ese año, ya no se podían utilizar en las islas billetes que no estuvieran sobreimpresos, salvo algunas excepciones que requerían un permiso especial. A partir de ese momento también se retiraron las restricciones a ciudadanos y empresas sobre la acumulación y uso de dinero en efectivo.
En total, las autoridades retiraron de la circulación unos 200 millones de dólares. Una cantidad tan grande que ni siquiera tenían claro qué hacer con ella. Ante las dificultades para trasladar todo ese dinero al continente, tanto logísticas como de seguridad, el Ejército desarrolló un plan más sencillo: quemarlo. En un primer momento se utilizó un crematorio de la isla, pero era tanta cantidad que el ritmo de quema no era suficiente, así que tuvieron que recurrir también a los hornos de una planta azucarera.
La idea detrás de esta sustitución de moneda era muy simple. En el caso de que Japón llegase a conquistar las islas, un escenario remoto pero no imposible, como decíamos, esos nuevos dólares hawaianos podrían ser devaluados. No valdrían nada. Era una suerte de arma preventiva para evitar que la divisa pudiera ser utilizada por el invasor.
En octubre de 1944, el Tesoro dejó de imprimir estos billetes con el sobresello hawaiano. A pesar de que la guerra aún no había finalizado, con el progreso de las fuerzas aliadas en el Pacífico, el temor a una invasión fue disipándose.
Fue a partir de 1946 cuando estos billetes especiales fueron retirándose del mercado. Pese a todo, mucha gente, tanto ciudadanos, como soldados, decidieron guardarse alguno de recuerdo. Aún existen hoy en día, la mayoría en manos de coleccionistas. Es fácil encontrarlos por internet, hasta en las plataformas más populares. Pese a lo excepcional de su emisión, no tienen mucho valor, más allá del nominal.
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Los medios de comunicación hemos recurrido con mucha frecuencia al lenguaje bélico para explicar las políticas monetarias, las decisiones de los bancos centrales o su evolución. Hemos hablado de guerra de divisas para contar devaluaciones de moneda; hemos hablado de potencia de fuego para visualizar la capacidad de los bancos centrales para mantener a flote el valor de una divisa gracias a sus reservas...
Pero no todo es vocabulario ni son metáforas. Las divisas juegan un papel fundamental en la guerra real. Un buen ejemplo lo estamos viendo con la invasión de Rusia a Ucrania, y las consiguientes sanciones económicas, que han provocado el hundimiento del rublo.
Uno de los capítulos más relevantes, y de los más desconocidos, relacionado con las divisas y los conflictos se produjo durante la segunda Guerra Mundial. En Hawaii circularon dólares especiales a modo de arma preventiva, ante una posible invasión japonesa.
Todo comienza con el ataque a Pearl Harbor, el 7 de diciembre de 1941. Esta agresión provocó una gran conmoción en el pueblo estadounidense, y además propició su entrada en la II Guerra Mundial. Tal era la preocupación que los estadounidenses, no solo los ciudadanos, sino también los mandos militares, que de verdad creyeron posible que Japón pudiera invadir las islas. Hoy puede parecer descabellado, pero hay que tener en cuenta que el país nipón venía de invadir las Islas Aleutianas, en Alaska, o otros estados, como Malasia o Myanmar.
Una de las cosas que más preocupaba en Washington es que, si Japón acababa controlando Hawaii, las fuerzas niponas podrían tener acceso a una gran cantidad de dólares estadounidenses. Un dinero que podrían emplear en mantener los esfuerzos de guerra contra Estados Unidos. Es lo que pasó, por ejemplo, en Manila, que permitió a los japoneses hacerse con 20 millones de dólares tras capturarla.
Ante esta situación, el gobernador militar de las islas, Delos Carleton Emmons, en enero de 1942, tan solo un mes después del ataque, decide confiscar todo el dinero en efectivo en circulación. Permite un límite de 200 dólares por persona, y 500 en el caso de las empresas.
Y esto fue solo el principio. Seis meses después el Gobierno estadounidense dio un paso más. Ese verano de 1942 ordena la retirada de todos los dólares "normales". En su lugar, la Reserva Federal de San Francisco imprimió nuevos billetes de 1, 5, 10 y 20 dólares. Eran exactamente iguales que el resto de dólares, con tan solo una diferencia: en el reverso estaba sobreimpresa la palabra 'HAWAII', en todo el billete; mientras que en el anverso se situaban dos pequeñas a los lados, con un sello marrón del Tesoro.
De ahí precisamente llega el nombre con el que se conocía a estos dólares, los billetes sobreimpresos de Hawaii.
Para el 15 de agosto de ese año, ya no se podían utilizar en las islas billetes que no estuvieran sobreimpresos, salvo algunas excepciones que requerían un permiso especial. A partir de ese momento también se retiraron las restricciones a ciudadanos y empresas sobre la acumulación y uso de dinero en efectivo.
En total, las autoridades retiraron de la circulación unos 200 millones de dólares. Una cantidad tan grande que ni siquiera tenían claro qué hacer con ella. Ante las dificultades para trasladar todo ese dinero al continente, tanto logísticas como de seguridad, el Ejército desarrolló un plan más sencillo: quemarlo. En un primer momento se utilizó un crematorio de la isla, pero era tanta cantidad que el ritmo de quema no era suficiente, así que tuvieron que recurrir también a los hornos de una planta azucarera.
La idea detrás de esta sustitución de moneda era muy simple. En el caso de que Japón llegase a conquistar las islas, un escenario remoto pero no imposible, como decíamos, esos nuevos dólares hawaianos podrían ser devaluados. No valdrían nada. Era una suerte de arma preventiva para evitar que la divisa pudiera ser utilizada por el invasor.
En octubre de 1944, el Tesoro dejó de imprimir estos billetes con el sobresello hawaiano. A pesar de que la guerra aún no había finalizado, con el progreso de las fuerzas aliadas en el Pacífico, el temor a una invasión fue disipándose.
Fue a partir de 1946 cuando estos billetes especiales fueron retirándose del mercado. Pese a todo, mucha gente, tanto ciudadanos, como soldados, decidieron guardarse alguno de recuerdo. Aún existen hoy en día, la mayoría en manos de coleccionistas. Es fácil encontrarlos por internet, hasta en las plataformas más populares. Pese a lo excepcional de su emisión, no tienen mucho valor, más allá del nominal.

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undefined - El colapso de la Edad de Bronce y los paralelismos con la actualidad

El colapso de la Edad de Bronce y los paralelismos con la actualidad

Mucho antes de la crisis subprime de 2008, mucho antes del crack del 29, mucho antes del pánico de 1873... una catástrofe mundial ya había sacudido el mundo civilizado, alterándolo para siempre. Hablamos de una debacle que ocurrió en un pasado muy lejano, ¡hace más de 3.000 años! Pero en sus causas y desarrollos guarda paralelismos con el mundo actual, y que arroja importantes lecciones que deberían tenerse en cuenta.
Durante la segunda mitad del segundo milenio antes de Cristo, las regiones del Mediterráneo Oriental eran un fértil jardín en el que florecían maravillosas civilizaciones: la cultura Micénica, pujante en el Egeo, mantenía relaciones comerciales con el sur de Italia y el resto de países aledaños; el imperio Hitita controlaba el territorio de la actual Turquía, rivalizaba en riqueza y poder con Egipto y el despiadado imperio Asirio; y en el lecho del Éufrates se asentaba la ancestral Babilonia, regida por los casitas, que habían continuado la tradición sumerio-acadia sin rupturas.
Eran todos estados sofisticados, burocratizados y hospedadores de importantes herencias históricas, artísticas y culturales. Habían imbricado una compleja red de comercio y relaciones internacionales que, pese a guerras ocasionales, aseguraba progreso y prosperidad mutuos.
Pero el vendaval destructivo de los Pueblos del Mar, una alianza de naciones cuyo origen se desconoce, fue el catalizador de una reacción en cadena que derribó el equilibrio existente. Micenas fue borrada del mapa, como si nunca hubiera existido. Asiria se descompuso. El Imperio Hitita colapsó y desapareció. Y el Egipto faraónico sobrevivió a duras penas, a costa de traspasar el umbral del declive, del que ya no se recuperaría. Fue, según el historiador Robert Drews, "la peor catástrofe de la Antigüedad, peor que la caída del Imperio Romano".
Los Pueblos del Mar eran como una plaga, no dejaban nada a su paso, pero no fueron las armas las que desangraron a los imperios de la Edad del Bronce. La telaraña comercial que habían alimentado durante siglos les hacía interdependientes, incapaces de ejercer una gestión económica autónoma. La caída de uno de ellos arrastraba a todos los demás.
Inestabilidad y belicosidad, oleadas migratorias desesperadas, una delicada e internacionalizada estructura económica y mercantil... son muchos los paralelismos entre el ecosistema del Bronce final y el mundo actual. "Era un sistema mundial globalizado y cosmopolita como pocas veces ha existido antes de hoy", explica el historiador Eric Cline.
Hay otro aspecto que contribuyó al colapso de aquella época, y que nos puede sonar actual: las causas climáticas y geológicas. Terremotos, enfriamientos generalizas, sequías... Esta última, en concreto, es una de las hipótesis que más fuerza ha cogido en las investigaciones más recientes. Sugieren que una fuerte caída de las lluvias, de tres siglos de duración, devastó los recursos en los centros clave de la civilización, hasta que provocó su derrumbe en torno al año 1.200 antes de Cristo.
Podemos decir que el cambio climático fue el primer naipe que cae en el castillo de cartas. Y los ciudadanos no pudieron ni preverla ni evitarla, pero si la naturaleza aprieta, la marea humana se mueve. Lo que lleva a la siguiente causa: La inmigración, masiva y violenta.
Un aguacero humano, desesperado, que huía de la miseria y de la muerte, y que no había muralla ni frontera que pudiera detener. Una situación que podría estar recogida en el informativo de hoy, pero que ocurrió hace más de 3.000 años. Y, curiosamente, en las mismas zonas que hoy son foco de conflicto, como Oriente Próximo o el mar Egeo.
Esta situación explica el nacimiento de los Pueblos del Mar, que más que la causa fueron la consecuencia de los cambios que estaba experimentando el mundo civilizado. Estos invasores, más que un bloque homogéneo, eran una alianza espontánea de pueblos, movidos principalmente por el hambre. Sea como fuere, el resultado es que alteraron dramáticamente el ecosistema político. Dejaron tras de sí los palacios de Micenas reducidos a cenizas, aniquilaron a los hititas, y provocaron la destrucción o el abandono de todas las grandes ciudades del Levante. Ninguna vio nacer la nueva era.
Solo la decisión del faraón Ramsés III, un gobernante fuerte y capacitado, salvo a Egipto de seguir un destino similar. Con un potente ejército a sus espaldas, les hizo frente en la desembocadura del Nilo, donde logró un importante triunfo. Pero pese a la victoria, el imperio estaba herido de muerte.
De hecho, podemos decir que la victoria sobre los pueblos del mar marcó el principio del fin del poder faraónico. Egipto perdió su influencia sobre Palestina y Siria, y la destrucción de las rutas comerciales, junto a los tremendos gastos de guerra, ar...

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El milagro económico de Corea del Sur

El PIB per cápita en Corea del Sur supera los 31.000 dólares, un nivel que confirma que es una economía plenamente desarrollada. No ha sido fácil para el país asiático alcanzar ese hito, pero en unas pocas décadas ha pasado de ser uno de los países más pobres del mundo a ser parte de las economías más avanzadas. En ese proceso ha llegado no solo a superar a España, sino que incluso nos deja cada vez más atrás.
Hablamos, sin duda, de uno de los grandes éxitos económicos de las últimas décadas. En 1957, Corea del Sur y Ghana tenían ingresos per cápita similares. Hoy, 65 años después, la diferencia entre ambas naciones es abismal, tanto en términos de renta como en estándar de vida.
En los 60, Corea era un país corrupto, inestable, y que dependía de las ayudas de Occidente. Era un país que venía de vivir una guerra civil en la década anterior, agravada por la intervención de potencias extranjeras. Era un país precario, con una economía rural, arrasada por la ocupación japonesa primero, y por dicha guerra después. Con un fuerte control de los precios agrarios, y una política industrial proteccionista. Pero en los siguiente 20 años llevó a cabo una transformación industrial que al resto del mundo le llevó más de 100 años.
En realidad, hablar de milagro tiene un punto de injusticia, porque detrás del crecimiento coreano hay una serie de decisiones políticas imprescindibles para el fuerte desarrollo experimentado por este país. Por ejemplo, la protección de las industrias clave, el fuerte aperturismo al comercio internacional y la mejora educativa. Todas estas medidas, impulsadas por el General Park Chung-Hee y sus hombres de confianza, tenían como objetivo convertir a Corea del Sur en una economía exportadora.
Las políticas de protección a la naciente industria química y a la industria pesada durantes algo más de un lustro fueron fundamentales. Una estrategia que Corea copió directamente de Japón, y que incluso hoy en día otros países, como Taiwan, tratan de imitar.
Park y las entidades financieras del país, controladas por el régimen, concedieron grandes cantidades de crédito a las industrias del acero, los petroquímicos, los automóviles, las máquinas pesadas, la electrónica y la construcción naval. Y, por otro lado, redujeron drásticamente las barreras a la importación de los bienes necesarios para que estos sectores pudieran fabricar sus productos. Una de las medidas más destacadas fue la eliminación de aranceles para bienes intermedios de producción, pero solo para las importaciones que se fuesen a utilizar para producir bienes que se fueran a exportar. En algunos casos, incluso se subvencionó la importación de insumos necesarios para la producción de estas industrias clave.
Con estas políticas ya en marcha, comienzan a crecer con fuerza los chaebol, que es como se conoce a los grandes conglomerados empresariales de Corea del Sur. Algunos de ellos se han convertido en potencias mundiales que han llegado hasta nuestros días, como Samsung, LG o Hyundai. Estas compañías se convirtieron en las grandes dominadoras de la economía coreana, siendo así las más capacitadas para realizar inversiones masivas en capital y, sobre todo, innovar.
En el otro lado, las industrias que no fueron consideradas como clave para el régimen sufrieron un fuerte aumento de la competencia exterior, por el fomento de las importaciones de algunos bienes, y por la asignación de gran parte de los recursos financieros en los sectores más importantes.
Una emprea grande, eficiente y que invierte en capital, que invierte en maquinaria, en tecnología, en factorías... cuenta con los ingredientes perfectos para ser productiva y ganar cuota de mercado. Así, las exportaciones de Corea del Sur pasaron de representar un 2% del PIB en el 62 a un 30% en 1980.
Corea pasó en un abrir y cerrar de ojos de la agricultura de subsistencia a un modelo completamente industrial. En los 60 el 35% de las mercancías que se exportaban eran bienes manufacturados. En 1995, esa cifra ya era del 96,9%. El General Park sabía que Corea tenía que comenzar su carrera exportando, y supo reconocer que el país tenía pocos recursos naturales. Como consecuencia, la política comercial cambió para centrarse en la expansión de las exportaciones.
A todo esto se suman las reducciones arancelarias a nivel mundial fijadas en la Ronda Kennedy, en 1967, y en la Ronda de Tokio, en 1973. Estas medidas permitieron que los bienes producidos en Corea tuviesen una mayor penetración en los países desarrollados.
Con todas estas medidas en marcha, es cuando vemos claramente la evolución. Volviendo al dato del PIB per cápita, vemos cómo Corea del Sur superó los 10.000 dólares en 1994, y los 30.000 en 2017. Un ascenso de récord para un país que hace poco más de 35 años se situaba en la extrema pobreza.
Para ponerlo en contexto, si lo comparamos con España, fijándonos en el PIB a valores de paridad de poder adquisitivo, vemos cómo en 1970 en Corea era de 2.49...

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