
14th Street Station
04/02/23 • 2 min
Si es tu primera vez aquí. O si ya has estado, pero como si lo fuera. Te mando esta postal sonora de Nueva York desde la estación de metro de la Calle 14.
En cada parada, se abre la puerta del vagón y penetra el sonido de los músicos que están tocando en el andén. Ellos se quedan fuera, mientras que al tren va subiendo un ejército de zombis, con la cabeza agachada hacia sus teléfonos y el pulgar haciendo cortos y rápidos movimientos por la pantalla. Te bajas en la calle 14. A lo largo de los pasillos de esta estación se reparten unas figuras de bronce, inspiradas en dibujos animados de principios del siglo xx. Entre los rincones y las esquinas aparecen estos personajes ataviados con trajes y sombreros, muchos de ellos cargando sacos de monedas. Rozan el surrealismo porque, en muchos casos, tienen cuerpo humano y cabeza de elefante. Una clara crítica de la corrupción y el capitalismo.
Los puntos suspensivos son sorpresa, intriga, emoción y vértigo. Así es la vida: unos días de buscar y encontrar, de preguntar y responder, de caminar y avanzar, de tomar decisiones con firmeza, de hacer maletas, de aeropuertos, de volar sin planear, de dejar entrar a quienes suman y dejar salir a quienes restan, de apostar sin importarte si vas a ganar o perder... Sin necesidad de tener un destino fijo, porque no es lo mismo estar en la deriva que estar a la deriva. Y es que «dejarse llevar suena demasiado bien». Quizás las matemáticas no ayuden, porque no siempre se cumple lo del “dos más dos son cuatro”. Hay quien prefiere la justicia poética. No tengamos miedo a dar el paso hacia adelante. La distancia se derriba con el movimiento. Y el movimiento se demuestra andando.
Gracias por escucharme. Un abrazo desde Nueva York.
Si es tu primera vez aquí. O si ya has estado, pero como si lo fuera. Te mando esta postal sonora de Nueva York desde la estación de metro de la Calle 14.
En cada parada, se abre la puerta del vagón y penetra el sonido de los músicos que están tocando en el andén. Ellos se quedan fuera, mientras que al tren va subiendo un ejército de zombis, con la cabeza agachada hacia sus teléfonos y el pulgar haciendo cortos y rápidos movimientos por la pantalla. Te bajas en la calle 14. A lo largo de los pasillos de esta estación se reparten unas figuras de bronce, inspiradas en dibujos animados de principios del siglo xx. Entre los rincones y las esquinas aparecen estos personajes ataviados con trajes y sombreros, muchos de ellos cargando sacos de monedas. Rozan el surrealismo porque, en muchos casos, tienen cuerpo humano y cabeza de elefante. Una clara crítica de la corrupción y el capitalismo.
Los puntos suspensivos son sorpresa, intriga, emoción y vértigo. Así es la vida: unos días de buscar y encontrar, de preguntar y responder, de caminar y avanzar, de tomar decisiones con firmeza, de hacer maletas, de aeropuertos, de volar sin planear, de dejar entrar a quienes suman y dejar salir a quienes restan, de apostar sin importarte si vas a ganar o perder... Sin necesidad de tener un destino fijo, porque no es lo mismo estar en la deriva que estar a la deriva. Y es que «dejarse llevar suena demasiado bien». Quizás las matemáticas no ayuden, porque no siempre se cumple lo del “dos más dos son cuatro”. Hay quien prefiere la justicia poética. No tengamos miedo a dar el paso hacia adelante. La distancia se derriba con el movimiento. Y el movimiento se demuestra andando.
Gracias por escucharme. Un abrazo desde Nueva York.
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Central Park
Si es tu primera vez aquí. O si ya has estado, pero como si lo fuera. Te mando esta postal sonora de Nueva York desde Central Park.
Solían decirte que «el otoño es un estado de ánimo»: a muchos les entristece, aunque para nosotros es motivo de celebración. Es esa época del año en la que las hojas de los árboles caen como si fueran confeti, el ambiente huele a madera y el suelo es una alfombra de tonos ocres. «¿A quién le importa el verano?», piensas en voz alta. Pero no demasiado alta, no vayamos a herir sensibilidades. Te tumbas en el Sheep Meadows, una espaciosa explanada a la altura de la calle 67 donde la gente viene los domingos a tomar el sol. El de hoy es escaso, pero suficiente para tumbarte sobre el césped, cerrar los ojos y pensar con ese poso de satisfacción que no puede haber mejor plan que venir a Central Park. Este oasis de paz en medio de la ciudad, rodeado de rascacielos.
Estabas inmerso en una especie de viaje ortográfico en el que los signos de puntuación marcaban tu destino. Ya llevabas demasiado tiempo asomándote al abismo de los puntos finales, con ese vacío aparejado que provoca la intriga de tantos signos de interrogación. Pero descubres que eres más de puntos suspensivos... La magia de pasar de uno a otro como si fueran tres piedras que colocas en hilera para sortear un riachuelo cuando el caudal no es lo suficientemente abundante para construir puentes. Sin la certeza de poder cruzarlo, pero con la satisfacción de haber encontrado una posible solución. Ese momento en el que no sabes realmente si es el final de un camino o el comienzo de otro.
Gracias por escucharme. Un abrazo desde Nueva York.
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Williamsburg
Si es tu primera vez aquí. O si ya has estado, pero como si lo fuera. Te mando esta postal sonora de Nueva York desde Williamsburg.
Te sientas a orillas del East River, frente a Manhattan, y ves pasar los barcos de mercancías que surcaban el río. Lo haces en este muelle hecho de bloques de hormigón coloreados mientras pruebas una de las arepas que has comprado en uno de los puestecillos de Smorgasburg. Es la definición de «perfecto»: almorzar con Nueva York de fondo. Después subes a la terraza del Berry Park, donde hacen los mejores margaritas de la ciudad. Quizás por el azúcar moreno, por la lima o por lo bien que están mezclados sus ingredientes. Y observas al personal que va apareciendo. Los hipsters de Williamsburg sacan a pasear su imaginación demostrando carácter y personalidad. Como la receta del cocktail que te estás tomando.
Hubo un tiempo en que tuvimos la convicción de que éramos como las cuerdas de una guitarra: paralelas, unas frente a otras, viajando juntas hacia el infinito, pero sin tocarse. Nuestros caminos habían sido equidistantes, pero nunca convergieron. Hasta que me dijo que se llamaba por una can- ción de Bruce Springsteen, «New York City Serenade». Y me puse a afinar la guitarra intentando que saliera aquella melodía. Las cuerdas seguían a la misma distancia pero, al tocarlas, había un momento en el que se rozaban, prácticamente se acariciaban unas a otras. Hay momentos que están amarrados a una canción, como el ancla mantiene el barco en un punto concreto. Seguro que tú también tienes esa canción vinculada a algún recuerdo, ¿verdad?
Gracias por escucharme. Un abrazo desde Nueva York.
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