
Llovimos tanto que me ahogué - Elvira Sastre
05/10/20 • 4 min
Hablamos tanto de la lluvia
que un trueno acabó atravesándome la garganta
y tuve que escapar
"¿Tu vida o tu corazón?", me dijo alguien
"Quiero pasar mi vida en el suyo", le dije yo
Pero, eso no era posible,
era tan imposible como un amor platónico cumplido
Como tú y yo cumplidas, como tú
Como pedirte que te quedaras después o vinieras antes
Como mantenerte encendida al otro lado de la calle
Viéndote por la noche sin poder tocarte
Y no consumirme en el esfuerzo
De querer tu imposibilidad al lado de mi almohada
Como negarte a ti y no negarme a mí en el intento, como olvidar tu pelo
Como fingir que no estás detrás de cada palabra que me perturba
Como pretender saber, no echarte de menos y conseguirlo
Como asentir, creyendo de que es cierto
Eso de que es el frío el que hace las aunsencias más largas
Cuando, ahora, la única que existe es la tuya
En medio de este incendio de cenizas
Te acabas de ir y tus ruidos les escuchan por las noches
Era tan imposible, tan imposible como pedirte que te quedaras conmigo
La tormenta me sorprendió contigo atrapada en la mirada
Lanzando botellas al mar llenas de besos
Que nunca llegaban, que se extraviaban, que se equivocaban de puerto
Que se rompían intentando llegar a mi boca
Y confundían mis barcos y me llenaban de cristales los labios
Que, pegados a la ventana, congelados, solo esperaban verte aparecer
Y, entonces, un día me dejé vencer, olvidé dónde buscarte
Comencé a despegar tus nudillos de mis pulmones
Me eché la sal de tu sudor perdido en los ojos
Prohibí tu olor en mis domingos
Y escribí todos los antónimos de tu nombre en mis ventrículos
Si no te olvido a ti, no les olvidaré a ellos
Y, al final, lo único que quedó fue un miedo tan inmenso como inconfesable
Y un deseo: solo quería marcharme de ahí y dejar de esperarnos
Irme lejos, pensando que lejos es donde no estás
Sin darme cuenta que donde realmente estás es en mí
Y que no te irás hasta que yo lo decida.
Pero, empezaba a tener frío y tú no venías a curármelo
Así que, tuve que pedirte, sin decírtelo
Que me volvieras a dejar en tierra y siguieras con tu vuelo
Pero antes, quise hablarte del cielo que te rodea
De que cuando hablas, realmente, creo que los relojes carecen de sentido
Si no es para pararlos y escucharte un rato más
Solo un ratito más, lo juro
Que tuve todos los continentes en mis bolsillos después de tu abrazo
Porque, cuando tú respiras, el mundo a veces se paraliza
Y otras, en cambio, se tambalea
Pero eso es algo que solo entendemos
Los que hemos visto a la poesía perder las comillas
Que tu risa astilla las penas
Y que aunque nos encontráramos en medio de una guerra
Que por no querer luchar terminamos perdiendo
Encontré la paz en tus maullidos
Y fuiste algo así como volver a casa por primera vez
Después de perder mil batallas en la espalda
Quise decirte que mi papel siempre se redujo a contemplarte desde lejos
Y volverte tinta
Que pudimos y, aunque no fuimos, siempre seremos
Ojalá entiendas eso
Que nos hicimos el amor una noche que llovimos
Y, por eso, te llevaré conmigo siempre.
Que ojalá la huída hubiera sido de tu cama a la mía
Que ojalá la lucha se hubiera reducido a morderte las caderas
Y no a este cansancio lleno de ojeras mudas
Que ojalá volviera a verte cada invierno de mi vida
Y vieras que contigo nunca tuve prisa
Porque conocerte es viajar y besar, dulce y lento
Un día de invierno, llenas de frío por fuera y de amor por dentro.
Y que ojalá sonrías y no te culpes ni te castigues
Tú cambias vidas, pero no destinos
Hablamos tanto de la lluvia
que un trueno acabó atravesándome la garganta
y tuve que escapar
"¿Tu vida o tu corazón?", me dijo alguien
"Quiero pasar mi vida en el suyo", le dije yo
Pero, eso no era posible,
era tan imposible como un amor platónico cumplido
Como tú y yo cumplidas, como tú
Como pedirte que te quedaras después o vinieras antes
Como mantenerte encendida al otro lado de la calle
Viéndote por la noche sin poder tocarte
Y no consumirme en el esfuerzo
De querer tu imposibilidad al lado de mi almohada
Como negarte a ti y no negarme a mí en el intento, como olvidar tu pelo
Como fingir que no estás detrás de cada palabra que me perturba
Como pretender saber, no echarte de menos y conseguirlo
Como asentir, creyendo de que es cierto
Eso de que es el frío el que hace las aunsencias más largas
Cuando, ahora, la única que existe es la tuya
En medio de este incendio de cenizas
Te acabas de ir y tus ruidos les escuchan por las noches
Era tan imposible, tan imposible como pedirte que te quedaras conmigo
La tormenta me sorprendió contigo atrapada en la mirada
Lanzando botellas al mar llenas de besos
Que nunca llegaban, que se extraviaban, que se equivocaban de puerto
Que se rompían intentando llegar a mi boca
Y confundían mis barcos y me llenaban de cristales los labios
Que, pegados a la ventana, congelados, solo esperaban verte aparecer
Y, entonces, un día me dejé vencer, olvidé dónde buscarte
Comencé a despegar tus nudillos de mis pulmones
Me eché la sal de tu sudor perdido en los ojos
Prohibí tu olor en mis domingos
Y escribí todos los antónimos de tu nombre en mis ventrículos
Si no te olvido a ti, no les olvidaré a ellos
Y, al final, lo único que quedó fue un miedo tan inmenso como inconfesable
Y un deseo: solo quería marcharme de ahí y dejar de esperarnos
Irme lejos, pensando que lejos es donde no estás
Sin darme cuenta que donde realmente estás es en mí
Y que no te irás hasta que yo lo decida.
Pero, empezaba a tener frío y tú no venías a curármelo
Así que, tuve que pedirte, sin decírtelo
Que me volvieras a dejar en tierra y siguieras con tu vuelo
Pero antes, quise hablarte del cielo que te rodea
De que cuando hablas, realmente, creo que los relojes carecen de sentido
Si no es para pararlos y escucharte un rato más
Solo un ratito más, lo juro
Que tuve todos los continentes en mis bolsillos después de tu abrazo
Porque, cuando tú respiras, el mundo a veces se paraliza
Y otras, en cambio, se tambalea
Pero eso es algo que solo entendemos
Los que hemos visto a la poesía perder las comillas
Que tu risa astilla las penas
Y que aunque nos encontráramos en medio de una guerra
Que por no querer luchar terminamos perdiendo
Encontré la paz en tus maullidos
Y fuiste algo así como volver a casa por primera vez
Después de perder mil batallas en la espalda
Quise decirte que mi papel siempre se redujo a contemplarte desde lejos
Y volverte tinta
Que pudimos y, aunque no fuimos, siempre seremos
Ojalá entiendas eso
Que nos hicimos el amor una noche que llovimos
Y, por eso, te llevaré conmigo siempre.
Que ojalá la huída hubiera sido de tu cama a la mía
Que ojalá la lucha se hubiera reducido a morderte las caderas
Y no a este cansancio lleno de ojeras mudas
Que ojalá volviera a verte cada invierno de mi vida
Y vieras que contigo nunca tuve prisa
Porque conocerte es viajar y besar, dulce y lento
Un día de invierno, llenas de frío por fuera y de amor por dentro.
Y que ojalá sonrías y no te culpes ni te castigues
Tú cambias vidas, pero no destinos
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Continuaré esta existencia enferma y antipática - Cesare Pavese
Querido profesor:
Yo soy un hombre que desatina y razona con trabajo y con muchas nieblas, mientras que usted es preciso y límpido y lleno de experiencia vital, hasta el punto de que cuando usted habla yo me quedo oyéndolo con la misma seguridad con que me abandono ante la naturaleza; pero sobre este tema del trabajo de creación del arte pienso ahora lo contrario que usted.
Usted dice que para crear una gran obra basta con vivir lo más intensa y profundamente posible cualquier vida real, que si nuestro espíritu tiene en sí las condiciones de la obra maestra, ésta brotará casi por sí sola, naturalmente, sanamente, como ocurre con todos los fenómenos vitales.
Usted ve el arte, en suma, como un producto natural, una actividad normal del espíritu que tendría como característica esencial la sanidad.
Pues bien, yo niego gran parte de los significados dados a estas cosas y en especial la última.
No, en mi opinión el arte exige un trabajo tan largo y un maceramiento tal del espíritu, un calvario tan incesante de tentativas que en su mayoría fracasan, antes de llegar a la obra maestra, que se le podría clasificar más bien entre las actividades antinaturales del hombre.
Sana es en sí la obra de arte verdaderamente buena, ya que, al ser la obra de arte sólo una construcción orgánica, donde palpita la vida, una vida cualquiera, como la de plantas y piedras, esto es, la perfecta correspondencia y actividad de sus diversas partes, es una condición indispensable; pero no por esta razón han de ser igualmente sanos el contenido de la obra o el alma del creador.
Más aún, si esta alma no se ha retorcido y trastornado y desangrado, si no ha pasado por una serie larguísima de experiencias repetidas hasta la completa absorción por su parte, si no se ha visto reducida por las fatigas y el abuso de actitudes particulares a un aspecto al margen de lo común y privado de ese sórdido optimismo que lleva consigo la natural sanidad, esta alma no valdrá jamás para componer una obra maestra.
Y repito, sólo y precisamente por esas condiciones antihumanas, o quizá sobrehumanas, y por un largo tormento de intentos fallidos, el espíritu puede llegar a dar esos frutos suyos gallardos y milagrosos, esas nuevas criaturas que están sobre la tierra como otros muchos seres vivos.
Por eso el arte es la más elevada de las actividades y lleva al hombre más cerca de la divinidad que cualquier otra cosa: permite crear seres vivos.
Y por esta esperanza vertiginosa yo no me persuadiré jamás de “pensar en otras cosas” esperando que la obra maestra nazca dentro de mí de repente, sino que continuaré agotándome, rompiéndome, enriqueciéndome en vida y en mano segura.
Continuaré esta existencia enferma y antipática.
Cesare Pavese
Carta a Augusto Monti
Turín, 18 de mayo de 1928
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Toco tu boca - Julio Cortázar
«Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad, elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.
Me miras, de cerca me miras, cada vez más cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde el aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces, mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llenas de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua».
Julio Cortázar
Del Capitulo 7, de «Rayuela»
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