
Cuando el dinero sí caía de los árboles
08/08/22 • 7 min
En mayor o menor medida, es probable que todos hayamos vivido alguna vez una situación parecida a esta. Pues bien, ahora los más quisquillosos (y algo rencorosos quizá) deben saber que en realidad aquella máxima podía, o pudo algún día, ser rebatida con argumentos contundentes. Y no, no es lo que estás pensando. No nos referimos ni a que el algodón y el lino utilizado para fabricar los billetes proceden de plantas, ni a que alguna vez se hayan hallado metales preciosos en restos orgánicos de árboles. Hablamos de dinero cogido directamente de los árboles, dinero con el que se podían comprar cosas, o incluso con el que se pagaban impuestos. Se lo contamos.
Para ello, tenemos que remontarnos a comienzos del siglo XVI, a la conquista de México tras el desmantelamiento del Imperio mexica. Este fue ejecutado por ejércitos de otros pueblos mesoamericanos en alianza con cientos de tropas españolas del llamado reino de Castilla que estaban bajo el mando de Hernán Cortés. En aquel momento, había que poner en marcha una nueva sociedad y, para ello, se necesitaba, entre otras cosas, la circulación de la moneda. Sin embargo, ni el dinero que llevaban los españoles que cruzaron el charco, ni las remesas de maravedís que se enviaron desde Sevilla, eran suficientes para atender a las necesidades de aquel vasto territorio que acababan de descubrir.
Pese a todo, Hernán Cortés decidió empezar a acuñar una nueva moneda para poder pagarle a sus soldados. Se trataba de pequeños trozos de oro o plata, con forma irregular, que eran cortados de piezas ornamentales del famoso tesoro de Moctezuma. A estos fragmentos se les realizaba alguna marca para otorgarles un determinado valor y oficializar la acuñación.
El proceso era algo rudimentario y, para mejorar la técnica, se fabricaron monedas con formas más redondeadas. Sin embargo, la escasez de oro obligó a añadir cobre en las elaboraciones hasta que, finalmente, el oro prácticamente desapareció.
A esta nueva moneda se le llamó ‘tepuzque’, un término procedente del náhuatl, el idioma de los mexicas, que significa precisamente cobre. Pero esta fue una moneda que no convenció a nadie, ni a los indígenas, ni a los propios españoles. Los nativos las acababan tirando a los ríos y lagos, y para los invasores el término ‘tepuzque’ acabó derivando en un sinónimo de mentira o engaño. Por ello, con el tiempo, la palabra ‘tepuzque’ acabó derivando en México a ‘chapuza’ con el significado de ‘estafa’.
El problema persistía y los colonizadores eran incapaces de instaurar una economía similar a la que conocían en Europa. Fue entonces cuando decidieron pararlo todo e intentar estudiar mejor el funcionamiento de la economía en el terreno antes de su llegada. Ahí descubrieron cuál era el verdadero dinero de los mexicas: el cacao. Además de usarlo como bebida, como alimento, como medicamento o estimulante, el cacao era la moneda de los nativos.
El cacao, en concreto, sus semillas, se usaban como moneda porque cumplía todos los requisitos que se le exigen al dinero. Por un lado, estaba regulado y controlado, ya que sólo las familias más pudientes podían tener plantaciones y, por otro, se podía contar y fraccionar y era fácil de conservar, almacenar y transportar. Además, el cacao era un producto que ya tenía cierta jerarquía dentro de aquella sociedad, ya que muchos consideraban al chocolate como “la bebida de los dioses” y era utilizado en rituales y ceremonias.
Los españoles no lo dudaron más y se entregaron a la clarividente idea de que había que sumarse al modelo económico precolombino y aceptar esas semillas de cacao como moneda. Eso sí, de la misma manera que los aborígenes tenían regulado en ‘cacaos’ el precio de los productos en los mercados, los tributos y los correspondientes salarios por el trabajo, la Corona Española se lanzó también a regular el valor del cacao para que pudieran convivir ambas monedas.
Nos referimos al propio cacao y a aquellos maravedís que llegaban desde Sevilla. Por poner un ejemplo, en el año 1555 un real de plata (34 maravedís) equivalía a 40 cacaos. Veinte años después, ese real se revalorizó a 100 cacaos.
Aquellos mercados prehispánicos estaban controlados y supervisados por una especie de inspectores que eran los encargados de vigilar los precios, los pesos y medidas de las transacciones, y los pagos que se hacían con moneda falsa. Y es que había estafadores que intentaban colar semillas de otro producto haciéndolas pasar por cacao o que usaban cacaos falsificados. El método para esto último era muy curioso.
Del mismo modo que hoy en día se falsifican los billetes, en aquella época ya se trataba de falsificar el cacao. ¿De qué forma? Sacando la pulpa del interior de la semilla, rel...
En mayor o menor medida, es probable que todos hayamos vivido alguna vez una situación parecida a esta. Pues bien, ahora los más quisquillosos (y algo rencorosos quizá) deben saber que en realidad aquella máxima podía, o pudo algún día, ser rebatida con argumentos contundentes. Y no, no es lo que estás pensando. No nos referimos ni a que el algodón y el lino utilizado para fabricar los billetes proceden de plantas, ni a que alguna vez se hayan hallado metales preciosos en restos orgánicos de árboles. Hablamos de dinero cogido directamente de los árboles, dinero con el que se podían comprar cosas, o incluso con el que se pagaban impuestos. Se lo contamos.
Para ello, tenemos que remontarnos a comienzos del siglo XVI, a la conquista de México tras el desmantelamiento del Imperio mexica. Este fue ejecutado por ejércitos de otros pueblos mesoamericanos en alianza con cientos de tropas españolas del llamado reino de Castilla que estaban bajo el mando de Hernán Cortés. En aquel momento, había que poner en marcha una nueva sociedad y, para ello, se necesitaba, entre otras cosas, la circulación de la moneda. Sin embargo, ni el dinero que llevaban los españoles que cruzaron el charco, ni las remesas de maravedís que se enviaron desde Sevilla, eran suficientes para atender a las necesidades de aquel vasto territorio que acababan de descubrir.
Pese a todo, Hernán Cortés decidió empezar a acuñar una nueva moneda para poder pagarle a sus soldados. Se trataba de pequeños trozos de oro o plata, con forma irregular, que eran cortados de piezas ornamentales del famoso tesoro de Moctezuma. A estos fragmentos se les realizaba alguna marca para otorgarles un determinado valor y oficializar la acuñación.
El proceso era algo rudimentario y, para mejorar la técnica, se fabricaron monedas con formas más redondeadas. Sin embargo, la escasez de oro obligó a añadir cobre en las elaboraciones hasta que, finalmente, el oro prácticamente desapareció.
A esta nueva moneda se le llamó ‘tepuzque’, un término procedente del náhuatl, el idioma de los mexicas, que significa precisamente cobre. Pero esta fue una moneda que no convenció a nadie, ni a los indígenas, ni a los propios españoles. Los nativos las acababan tirando a los ríos y lagos, y para los invasores el término ‘tepuzque’ acabó derivando en un sinónimo de mentira o engaño. Por ello, con el tiempo, la palabra ‘tepuzque’ acabó derivando en México a ‘chapuza’ con el significado de ‘estafa’.
El problema persistía y los colonizadores eran incapaces de instaurar una economía similar a la que conocían en Europa. Fue entonces cuando decidieron pararlo todo e intentar estudiar mejor el funcionamiento de la economía en el terreno antes de su llegada. Ahí descubrieron cuál era el verdadero dinero de los mexicas: el cacao. Además de usarlo como bebida, como alimento, como medicamento o estimulante, el cacao era la moneda de los nativos.
El cacao, en concreto, sus semillas, se usaban como moneda porque cumplía todos los requisitos que se le exigen al dinero. Por un lado, estaba regulado y controlado, ya que sólo las familias más pudientes podían tener plantaciones y, por otro, se podía contar y fraccionar y era fácil de conservar, almacenar y transportar. Además, el cacao era un producto que ya tenía cierta jerarquía dentro de aquella sociedad, ya que muchos consideraban al chocolate como “la bebida de los dioses” y era utilizado en rituales y ceremonias.
Los españoles no lo dudaron más y se entregaron a la clarividente idea de que había que sumarse al modelo económico precolombino y aceptar esas semillas de cacao como moneda. Eso sí, de la misma manera que los aborígenes tenían regulado en ‘cacaos’ el precio de los productos en los mercados, los tributos y los correspondientes salarios por el trabajo, la Corona Española se lanzó también a regular el valor del cacao para que pudieran convivir ambas monedas.
Nos referimos al propio cacao y a aquellos maravedís que llegaban desde Sevilla. Por poner un ejemplo, en el año 1555 un real de plata (34 maravedís) equivalía a 40 cacaos. Veinte años después, ese real se revalorizó a 100 cacaos.
Aquellos mercados prehispánicos estaban controlados y supervisados por una especie de inspectores que eran los encargados de vigilar los precios, los pesos y medidas de las transacciones, y los pagos que se hacían con moneda falsa. Y es que había estafadores que intentaban colar semillas de otro producto haciéndolas pasar por cacao o que usaban cacaos falsificados. El método para esto último era muy curioso.
Del mismo modo que hoy en día se falsifican los billetes, en aquella época ya se trataba de falsificar el cacao. ¿De qué forma? Sacando la pulpa del interior de la semilla, rel...
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Cuando las legiones romanas exigieron un sueldo
La antigua Roma, durante los tiempos del a República, era una sociedad principalmente agrícola. Las legiones, que jugaban un papel fundamental en la expansión territorial, estaban formadas por ciudadanos libres, que en tiempos de paz trabajaban sus tierras, y que eran reclutados para la guerra.
Pero aquel modelo de ejército a tiempo parcial se mostró insuficiente, tanto para atender las innumerables y prolongadas campañas de conquista en las que se embarcó Roma, como para establecer guarniciones en los territorios sometidos. Una circunstancia que obligó a reorganizar las legiones, convirtiéndolas en un ejército regular. Pero claro, esta medida tuvo consecuencias, la principal, económica. Porque aquellos soldados, ya casi profesionales, debían tener una paga: el stipendium, o estipendio.
El problema es que tenían que buscar cómo afrontar este gasto. Y decidieron que no lo iban a pagar ellos, sino que se lo iban a encasquetar a otros. Si las águilas romanas llegaban hasta tu territorio, la tribu en cuestión tenía dos opciones: firmar un tratado o enfrentarse a las todopoderosas legiones. Lo más recomendable solía apostar por alcanzar un acuerdo, y convertirse en una ciudad libre o aliada. Porque si ibas a la guerra y perdías... eras conquistada, y te convertías en stipendiariae. Quedabas bajo el mando de un gobernador nombrado por Roma, y tenías que pagar tributos, tanto en forma de dinero, de provisiones, o con cualquier otro servicio.
La parte que se satisfacía económicamente se liquidaba en moneda, y se utilizaba para pagar a los legionarios que habían conquistado el territorio. Se abonaba en denarios, la moneda de plata que era la base del sistema monetario romano.
El denario pesaba 4,5 gramos, y era casi de plata pura. Comenzó a acuñarse en el siglo III antes de Cristo, y desde el principio se convirtió en protagonista de la política económica de Roma. Cada que que necesitaban financiación, tenían dos opciones: subir impuestos o devaluar el denario. Como el valor de la moneda estaba determinado por el metal empleado en su fabricación y por su peso, para devaluarlo bastaba con reducir la plata empleada en su fabricación, y por lo tanto, su peso.
En el año 145 antes de Cristo el peso del denario ya había caído hasta los 3,9 gramos. Y en tiempos de Nerón alcanzó los 3,41. De esta forma, con la misma plata se podían acuñar más monedas, y había más dinero para gastar. Hay que sumar que, además, los denarios dejaron de ser de plata pura, mezclándola con metales menos valiosos. De hecho, en tiempos de Caracalla, las monedas llegaron a tener menos de un 50% de plata. Los ingredientes perfectos para disparar la inflación.
Más allá de las devaluaciones decretadas por los diferentes emperadores, había una adicional, provocada por la clásica picaresca mediterránea, llevada a cabo por los ciudadanos. Como estas monedas estaban fabricadas por metales preciosos, los menos favorecidos, que no tenían ni circo ni mucho menos pan, raspaban los bordes de las monedas y vendían las limaduras del metal después de fundirlas.
De hecho, una de las funciones de los argentarii, los banqueros privados de la época, era la de retirar de circulación las monedas más deterioradas que, tras pasar por tantas manos, habían perdido peso y valor. Una solución aplicada entonces para luchar contra esta actividad, y que ha sobrevivido hasta nuestros días, es poner crestas en los bordes de las monedas, para que sea más fácil de detectar a simple vista la manipulación.
Estas inflaciones sucesivas se tradujeron en un importante malestar entre la población, sobre todo entre los trabajadores que recibían su paga en denarios. Y los más enfadados, como es normal por su número y por su importancia en el imperio, eran los legionarios. Tanto, que en el siglo IV exigieron cobrar en una moneda más estable y fiable.
El emperador Constantino decidió entonces acuñar una moneda de oro, el solidus, con el que se empezó a pagar el estipendio de las legiones. De esta forma, el nombre de la nueva moneda pasó a designar la paga periódica de los legionarios, y después la de todos los contratados para hacer un trabajo. Mientras que el solidus, el sólido, es el origen etimológico de nuestro sueldo.
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Bancos, aseguradoras y esclavos: el origen de Wall Street
Hace más de 400 años llegaron a Estados Unidos los primeros esclavos africanos. La evolución posterior y el crecimiento del país a lo largo de los siglos no podría entenderse sin ellos. Su impacto económico fue incalculable.
Y aunque hasta la fecha no ha dado sus frutos, en las últimas décadas son varias las asociaciones que exigen indemnizaciones para los afroamericanos. Se denuncia así la esclavitud sufrida durante siglos por sus ancestros y se reclaman reparaciones al estilo de las que se concedieron a los judíos e Israel por Alemania.
En el centro de la polémica están los bancos y las aseguradoras, que en mayor o menor medida estuvieron vinculados por el comercio humano. Hablamos de entidades bancarias como JP Morgan, Bank of America, Royal Bank of Scotland o el desaparecido Lehman Brothers, o de aseguradoras como Aetna, New York Life Insurance o Lloyd's of London.
En el año 1625, la Compañía Neerlandesa de las Indias Occidentales fundó Nuevo Amsterdan, hoy Nueva York, en el valle del río Hudson. Era un asentamiento estratégico que permitía controlar el comercio de pieles a través del río. Poco después, en 1653, para protegerse del ataque de los nativos norteamericanos y de los ingleses, los colonos holandeses construyeron en el límite norte de la ciudad un muro, hecho de madera y barro.
Bueno... realmente ellos no lo construyeron, lo mandaron construir. Fueron los esclavos africanos traídos a la colonia los que lo llevaron a cabo. Aunque años más tarde los ingleses derribaron aquella fortificación, el nombre de Wall Street sigue recordando a aquel muro. No fue lo único que hicieron los esclavos, que también se encargaron de despejar los bosques, construir los caminos, los molinos, los puentes, las casas, el muelle, la prisión, la iglesia... Y, por supuesto, eran la mano de obra que alimentaba a gran parte de las diferentes industrias.
Entre finales del siglo XVII y comienzos del XVIII, ya en manos de los ingleses y renombrada como Nueva York, la ciudad experimentó un rápido crecimiento, impulsado por el trabajo de los esclavos. Y viendo que todavía podían sacarles más rendimiento, decidieron entrar de lleno en el negocio del comercio de esclavos.
En 1711, el gobierno local aprobó la creación del primer mercado de esclavos de la ciudad. Precisamente en Wall Street. Aquel mercado, conocido como Meal Market, porque en él también se vendían grano y carne, fue clave en el comercio transatlántico de esclavos. Los barcos negreros, procedentes de África, llegaban a Nueva York cargados de esclavos que se vendían como mano de obra, sobre todo para las plantaciones de algodón. Y desde el mismo puerto se distribuía el propio algodón.
Era una plaza tan importante que casi la mitad de los beneficios generados por el algodón en Estados Unidos acababan en Nueva York, gracias a los ingresos que obtenían los bancos, las aseguradoras y las empresas de transporte.
Así, a las aseguradoras de los barcos, a los grandes comerciantes, y a los bancos que financiaban tanto los viajes como a los terratenientes, no les quedó más remedio que estar cerca de sus inversiones. En 1792, a la altura del número 68 de Wall Street, 24 empresarios y comerciantes de la ciudad firmaban un acuerdo para crear un mercado de acciones ordenado y regulado, germen de la actual bolsa de Nueva York. Sí, los orígenes de Wall Street también están relacionados con la esclavitud.
Los bancos prestaban dinero a los propietarios de esclavos, y los aceptaban como garantía. Cuando los propietarios de estos esclavos incumplían los pagos de sus préstamos, los bancos se convertían en sus nuevos propietarios. Por su parte, los propietarios de plantaciones aseguraban sus bienes, firmando seguros de vida con las aseguradoras para cobrar primas si fallecían sus esclavos. Por ejemplo, en 1856, por dos dólares se podía firmar una póliza de 12 meses y asegurar a un esclavo doméstico de 10 años, cobrando 100 dólares si llegaba a fallecer. Para uno de 45 años el coste era de 5 dólares y medio. Mientras que los armadores de los barcos negreros firmaban pólizas para seturar la 'carga' en caso de pérdida, captura o muerte.
Por supuesto, había disputas entre los distintos actores. En algunos casos, aseguradoras y armadores hasta llegaban a los tribunales, como ocurrió con el barco Zong.
El Zong partió de Santo Tomé, una isla en la costa occidental africana, con rumbo a Jamaica, en septiembre de 1781. El viaje tenía una duración prevista de unos dos meses. El problema es que el capitán del barco, un tal Luke Collingwood, no tenía una gran experiencia. Su único interés era el dinero.
Y cuantos más esclavos llevase, más dinero podría ganar. Cargó a 442 personas a bordo, muy por encima de lo normal. El hacinamiento, la desnutrición y las enfermedades empezaron a pasar factura: fallecieron 60 esclavos y 7 miembros de la tripulación.
En noviembre, cuando ya tenía que haber llegado a su destino, el capitán se da cuenta de que...
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