
Atraviesa la pared
05/01/21 • 4 min
Estás corriendo la carrera que tienes por delante, moviéndote a toda velocidad con la bendición de Dios. De repente, ¡zas! Te estrellas contra una pared. Puede ser una pared de enfermedad o de dificultad económica, de fracaso espiritual o de problemas familiares. Sin importar que tipo de pared sea, el efecto siempre es el mismo. Te detiene por completo.
La pregunta después del impacto es: ¿Qué harás? Te sentirás tentado a retroceder y a renunciar pero, ¡no lo hagas! Dios te capacitará para atravesar esa pared y proseguir a la meta.
No estoy diciendo que es fácil. En realidad, es bastante difícil. Pero deberás perseverar en los tiempos difíciles si quieres progresar en la vida.
Pregúntale a cualquier atleta y te dirá lo mismo. Si el atleta ha triunfado, sabrá de qué se trata. Él ha tenido que entrenarse y prepararse al máximo. Ha sentido que le duele el costado y también los pulmones; ha tenido calambres en las piernas y los muslos. Cuando sintió que ya no podía más, escuchó el grito del entrenador: “¡Vamos! ¡Muévete!”.
Los atletas le llaman a eso “estrellarse contra la pared”. Cuando eso sucede, el cuerpo dice: “No más, es todo lo que puedo hacer. No puedo seguir. No puedo ir más rápido, me rindo”.
Pero el atleta experimentado sabe que “la pared” no es el final, sino una señal de que está a punto de alcanzar un nuevo nivel. Si se esfuerza un poco más, volverá a recobrar las energías. De repente, irá más rápido que antes, alcanzará un nivel de excelencia que no hubiera podido alcanzar de ninguna otra manera.
Cuando te sientas en la peor condición y el fracaso esté golpeando a tu puerta, sumérgete en la Palabra de Dios. Quizás medites en un pasaje en particular por días o semanas, esperando recibir una revelación, al parecer sin éxito. Pero de pronto, como la aurora de la mañana, la luz irá en aumento hasta que el día sea perfecto. Eso quiere decir que la manera de atravesar esa pared de problemas es abriendo un agujerito en ella con tu fe y con la Palabra de Dios.
Luego continúa perforando ese agujero. ¡No te detengas! ¡Y, muy pronto, las fuerzas de Dios irrumpirán con violencia, demoliendo todo obstáculo a su paso! Una vez que eso suceda, nunca más serás el mismo y quedarás totalmente convencido de que sólo se necesita una irrupción como ésa para convertirte en ese campeón que nunca se rinde y que nunca desfallece.
Lectura bíblica: 1 Corintios 9:24-27Estás corriendo la carrera que tienes por delante, moviéndote a toda velocidad con la bendición de Dios. De repente, ¡zas! Te estrellas contra una pared. Puede ser una pared de enfermedad o de dificultad económica, de fracaso espiritual o de problemas familiares. Sin importar que tipo de pared sea, el efecto siempre es el mismo. Te detiene por completo.
La pregunta después del impacto es: ¿Qué harás? Te sentirás tentado a retroceder y a renunciar pero, ¡no lo hagas! Dios te capacitará para atravesar esa pared y proseguir a la meta.
No estoy diciendo que es fácil. En realidad, es bastante difícil. Pero deberás perseverar en los tiempos difíciles si quieres progresar en la vida.
Pregúntale a cualquier atleta y te dirá lo mismo. Si el atleta ha triunfado, sabrá de qué se trata. Él ha tenido que entrenarse y prepararse al máximo. Ha sentido que le duele el costado y también los pulmones; ha tenido calambres en las piernas y los muslos. Cuando sintió que ya no podía más, escuchó el grito del entrenador: “¡Vamos! ¡Muévete!”.
Los atletas le llaman a eso “estrellarse contra la pared”. Cuando eso sucede, el cuerpo dice: “No más, es todo lo que puedo hacer. No puedo seguir. No puedo ir más rápido, me rindo”.
Pero el atleta experimentado sabe que “la pared” no es el final, sino una señal de que está a punto de alcanzar un nuevo nivel. Si se esfuerza un poco más, volverá a recobrar las energías. De repente, irá más rápido que antes, alcanzará un nivel de excelencia que no hubiera podido alcanzar de ninguna otra manera.
Cuando te sientas en la peor condición y el fracaso esté golpeando a tu puerta, sumérgete en la Palabra de Dios. Quizás medites en un pasaje en particular por días o semanas, esperando recibir una revelación, al parecer sin éxito. Pero de pronto, como la aurora de la mañana, la luz irá en aumento hasta que el día sea perfecto. Eso quiere decir que la manera de atravesar esa pared de problemas es abriendo un agujerito en ella con tu fe y con la Palabra de Dios.
Luego continúa perforando ese agujero. ¡No te detengas! ¡Y, muy pronto, las fuerzas de Dios irrumpirán con violencia, demoliendo todo obstáculo a su paso! Una vez que eso suceda, nunca más serás el mismo y quedarás totalmente convencido de que sólo se necesita una irrupción como ésa para convertirte en ese campeón que nunca se rinde y que nunca desfallece.
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Da con alegría
“Cada uno dé como había pensado y propuesto en su corazón: no con pesar o con tristeza, o por obligación, porque Dios ama (Él se complace en premiar sobre todas las cosas, y no está dispuesto a abandonar o despreciar) al dador alegre (gozoso, ‘pronto para actuar’)... Y poderoso es Dios para hacer que abunde en ustedes toda gracia (cada favor y bendición terrenal)” (2 Corintios 9:7,8 AMP)
Algunos te dirán que necesitas “dar hasta que duela”. No lo creas. Dios no quiere regalos entregados con sufrimiento. ¡Él quiere regalos ofrecidos con gozo! De hecho, ésas son las únicas dádivas que a Él le agradan.
Es por eso mismo que Dios añadió Su promesa de abundancia a Su mandato de dar con alegría. Ambos están conectados.
La llave que abre la tesorería de Dios es una ofrenda gozosa, llena de fe y regocijo. ¿Has visto alguna vez un grupo de personas dando de esa manera? Yo lo he visto. Nunca lo olvidaré. Hace algunos años estaba en una campaña cuando el tiempo de la ofrenda se convirtió en una celebración sobrenatural y espontánea. Kenneth entonaba el canto llamado “Bread upon the water” (Pan sobre el agua), y la gente danzaba por los pasillos mientras se acercaban a ofrendar. El gozo en ese lugar fue maravilloso. Sanidades y milagros grandiosos sucedieron esa noche.
Pero lo que más me impresionó fue la forma alegre y entusiasta en que la gente trajo sus ofrendas a Dios. La ofrenda no era extraída de ellos como cuando un dentista extrae una muela. La ofrecieron alegremente.
El concepto de “dar hasta que duela” no proviene de Dios. Él prefiere que le des diez pesos con esa clase de regocijo que veinte con dolor. En 2 Corintios 8:11-12 (NVI), el apóstol Pablo insta a la iglesia de Corinto a dar con buena voluntad. Buena voluntad. ¡Eso es lo que Dios busca!
Si no has dado de esa manera en el pasado, toma la firme decisión de comenzar a hacerlo. Arrepiéntete de las veces en que has dado de mala gana. Luego, pasa un tiempo especial en oración con Dios y Su Palabra, para que la próxima vez que ofrendes, lo hagas con un corazón dispuesto.
Olvídate del “dolor” de dar. Sé un dador alegre, gozoso y dispuesto. Créeme—¡tus bendiciones abundarán!
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Entrena tu espíritu
“La gracia nos ha entrenado a rechazar y a renunciar a toda impiedad (inmoralidad) y a todos los deseos (pasiones) mundanos; y también nos ha entrenado a vivir en forma discreta (controlada, moderada), honesta, devota (espiritualmente plenos) en este mundo” (Tito 2:11-12, AMP)
Cuando un atleta inicia su entrenamiento, practica para mejorar sus habilidades. Repite los mismos movimientos una y otra vez hasta que puede hacerlos con toda naturalidad.
La mayoría sabemos que esa clase de entrenamiento físico es sumamente importante para poder triunfar en lo que se esté compitiendo. Pero ¿sabías que podemos entrenarnos de esa misma forma en lo que respecta a las cosas espirituales?
¡Así es! Leemos en Hebreos 5:14 que podemos entrenar nuestros sentidos físicos con el fin de llegar a discernir entre el bien y el mal. Cuando te entrenas o ensayas para algo, te estás exponiendo diariamente a lo que quieres llegar a ser. Lo ensayas y lo practicas una y otra vez hasta que puedas hacerlo con toda naturalidad. Las personas perezosas se han entrenado para ser perezosas. Sin embargo, las personas disciplinadas se han entrenado para ser disciplinadas.
Pasar tiempo con Dios es un entrenamiento espiritual. Cuando se hace con diligencia, el espíritu se fortalece y empieza a superar los malos hábitos de la carne.
Por ejemplo, si te cuesta mucho levantarte por la mañana para pasar tiempo con Dios antes de que empiece el trajín del día, si normalmente te rindes a la carne y te quedas en la cama, entonces es necesario que comiences a practicar el hábito de levantarte temprano. Cuanto más lo practiques, más fácil te será.
No esperes hacerlo perfectamente al principio. No te desanimes cuando falles. Lo que necesitas es entrenamiento. Levántate y vuelve a practicarlo.
Sé un atleta espiritual. Sométete al entrenamiento y practica las cosas de Dios. Fortalece tus músculos espirituales en la comunión con Dios. Te sorprenderás al darte cuenta de que puedes llegar a ser un gran vencedor.
Lectura bíblica: 2 Pedro 1:2-11Si te gusta este episodio, te encantará
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